Tres anuncios para un crimen, de Martin McDonagh

Fábula de la furia

Gloria Isabel Gómez – Escuela de crítica de cine

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Muchas películas abordan el amor de una madre: Lo que estaría dispuesta a hacer por sus hijos, sus gestos de amor y su innegable capacidad de sacrificio. Sin embargo, en Tres anuncios para un crimen (Three Billboards outside Ebbing, Missouri) la protagonista es una mujer fuera de lo común, pues, a simple vista, sus acciones parecen más de odio que de amor y todas sus energías se concentran en hacer justicia por la hija que perdió, ignorando, por momentos al hijo que todavía le queda.

Ella es Mildred Hayes. No siempre tuvo una vida pacífica, su esposo la maltrataba y fue dura con sus hijos. Un día cualquiera, peleó con su hija y no volvió a verla más: Angela Hayes fue violada mientras era quemada en una carretera a las afueras del pueblo en un camino donde lo único que hay son tres vallas publicitarias. Es allí, en ese espacio de gran peso simbólico, en donde Mildred comienza su batalla contra el comisario del pueblo, quien no ha encontrado pistas sobre el agresor de su hija.

Mildred no visitará a Angela en el cementerio. En la película su verdadera tumba es esa pradera junto a la carretera. Tampoco se apoyará en sus amigos y familiares para superar el dolor de la pérdida. En cambio, mostrará toda su ira y su frustración ante las autoridades del pueblo a través de presiones y retaliaciones entre ambos. Su agresividad se presenta en acciones, conversaciones e incluso lágrimas, que parecen venir del dolor más profundo de Mildred y no de la interpretación de Frances McDormand, quien logra generar simpatía a pesar de actuar como una mujer grosera y violenta.

Los otros actores: Woody Harrelson (Como William Willoughby) y Sam Rockwell (Jason Dixon) tienen escenas que le permiten al espectador relacionar sus tragedias personales con sus actitudes y maneras de actuar. Por la tristeza que agobia a todos los personajes se hacen necesarios los momentos de humor que propone la película. Sin embargo, algunas veces se agrieta por caricaturizar en exceso a algunos  de ellos (la novia del ex esposo de Mildred, por ejemplo) en contraste con otros que son cómicos pero, al mismo tiempo, complejos e impredecibles (Dixon o James).

En términos generales, la película es estrafalaria pero hace de esa irreverencia una de sus virtudes. Aunque el crimen que motiva a la protagonista podría suceder en cualquier lugar del mundo, la serie de acontecimientos que desencadenan los tres anuncios parecen escritos por un fabulista y no por un guionista. En otras palabras, si se mira esta obra utilizando el rasero del realismo no podríamos aceptar que Mildred converse con un ciervo o que Dixon no sienta el calor del incendio mientras lee la carta de su mentor suicida.

Pero afortunadamente no todo el cine tiene que proponer verdades desde el realismo y no toda obra tiene que ser realista para ser verosímil. En el pueblo imaginario de Ebbing, Missouri, es posible que empujen a un ciudadano por la ventana y no aprisionen de inmediato al policía que lo hizo, también que la estación de policía esté justo al frente de la agencia de publicidad en donde se origina el conflicto. Todo esto sucede bajo las reglas y el escenario que construye la película, parecido a esos aislados pueblos del western que existían para narrar una sola historia. En resumen, a Tres anuncios para un crimen no la hace grandiosa el guion sino la interpretación de los actores, porque hay elementos tan difíciles de creer que sin ese elenco habría fracasado entre los críticos y los festivales. De allí la importancia de un buen casting para traducir en imágenes un guion arriesgado.

Otro elemento destacable que hace parte de la película son los tres anuncios, los cuales permiten comprender visualmente el estado interno de los personajes y sus transformaciones: Al inicio aparecen desgastados, en medio de la quietud y la melancolía que evoca la neblina. Después de esta introducción emergen con mensajes y colores fuertes, el clima en esta ocasión está despejado. La trama avanza y en la oscuridad de la noche las tres vallas se queman y, aunque Mildred las llora, no terminan en cenizas, por el contrario, aparecen nuevamente en un clima soleado, pero esta vez con arreglos florales debajo de ellos (de nuevo como si ese lugar fuera la tumba de su hija). Esto no representa el fin de la búsqueda de Mildred. Su furia no ha desaparecido, pero ha menguado, o se ha transformado en una emoción más manejable en su vida y es eso lo que hace posible que planee una aventura con el que antes fue uno de sus peores enemigos.

La secuencia final, como en viejas películas de Hollywood, tiene una construcción de diálogos brillante y construida milimétricamente. Es un viaje de dos personas iracundas y con planes macabros, pero que han desarrollado la capacidad de permitirse dudas razonables sobre lo que harán en el futuro. Era difícil creer que uno y otro pudieran controlar sus impulsos y sentarse a conversar pacíficamente. No es el final que quería el espectador, quien seguro deseaba más información o al menos la resolución del crimen, pero es que al salir de Ebbing, Missouri, es imposible seguir a estos personajes, porque cruzaron la frontera en la que fueron creados, allí donde pueden comportarse libremente con frenetismo y audacia.

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