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Habitantes de Isla Amargura, en Cáceres, sienten dolor por su tierra

Ayer, algunos labriegos fueron a sus fincas a alimentar los animales y sacar sus pertenencias.

  • En Isla Amargura no hay ningún habitante. Todos salieron el pasado 2 de septiembre. FOTO Jaime Pérez, enviado especial
    En Isla Amargura no hay ningún habitante. Todos salieron el pasado 2 de septiembre. FOTO Jaime Pérez, enviado especial
  • Foto: Jaime Pérez, enviado especial a Cáceres.
    Foto: Jaime Pérez, enviado especial a Cáceres.
  • Habitantes de Isla Amargura, en Cáceres, sienten dolor por su tierra
  • Habitantes de Isla Amargura, en Cáceres, sienten dolor por su tierra
07 de septiembre de 2020
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Enviado especial a Cáceres, Antioquia.

En su puerta, Rosa Elena* se echó tres bendiciones de la cabeza a los hombros. Ya tenía todo listo para salir: 10 gallinas en un corral improvisado con redes de pesca, un colchón, dos racimos de plátano, y su gato. Sin embargo, sentía que algo le faltaba, entonces se devolvió y le echó tres bendiciones a su casa de madera sin pulir y techo de paja, y cogió camino.

En la carretera de piedras sin pulir, convertida en un lodazal tras el aguacero de la noche del sábado y amanecer del domingo, Rosa Elena se encontró con otros 29 campesinos que llegaron ayer hasta sus fincas a llevarse algo de lo que dejaron en su pronta huida el pasado 2 de septiembre, cuando 15 hombres armados del Clan del Golfo les dieron un plazo hasta las doce del mediodía “para que desocuparan la vereda o se morían”.

Esta era la segunda vez, en menos de una semana, que los campesinos habitantes de la Isla Amargura, un caserío asentado a orillas del río Cauca que está más cerca de Caucasia pero pertenece al municipio de Cáceres, sintieron el desarraigo como un ardor en el pecho. Atrás dejaron sus cultivos de maíz, arroz, cacao, yuca, ñame y plátano para enfrentase a un destino que consideran incierto.

“Mire, llevo más de 30 años viviendo por acá, cuidando uno sus cositas con mucho esmero, y tener que dejarlo todo de un momento a otro, es muy duro. La verdad me duele el alma, o el pecho, no lo sé”, dijo a EL COLOMBIANO Rosa Elena mientras se dirigía al río a embarcar lo poco que pudo sacar de su parcela.

Como ella, algunos de sus vecinos aprovecharon para dar de comer a los famélicos perros que solo han encontrado alimento entre los desperdicios dejados por los cerdos; otros alimentaron pavos, gallinas y gallos y espantaron un aguilucho que amenaza con comerse a los polluelos.

“Con esta salida forzada vamos a perder las cosechas de arroz y maíz que ya estaban a punto de cogerse. Creo que cada uno perdería, entre cosechas y animales, más de 15 millones de pesos”, relato el campesino Richard Muñoz.

Ya en el improvisado puerto, cada labriego organizó sus pertenencias para subirlas a las canoas de madera que los esperaban para llevarlos al refugio temporal en el colegio de El Guarumo. Neveras, canecas, lavadoras, racimos de plátano y algo de ropa fueron arrumados mientras unos a otros se daban consuelo.

— Siento que no voy a volver. Siento que dejo todo, dijo un campesino.

— Vamos a volver, seguro que vamos a volver, le respondió otro, mientras subía a la embarcación un cilindro de gas y dos gallinas para cocinar.

Nueva vida en el colegio

Desde su salida de Isla Amargura, Maximiliano Castro no ha hecho otra cosa que tejer una red de pesca, o trasmayo, como él le llama. No habla, la tristeza de no salir a pescar le ha sellado la boca y, sentado en una silla, recuerda las faenas en el río Cauca.

Con él, otras 701 personas están albergadas en la Institución Educativa El Guarumo según datos de la Alcaldía de Cáceres. El resto se ha autoalbergado en casas de amigos o familiares en el corregimiento o en los municipios de Caucasia o Cáceres, en el Bajo Cauca antioqueño.

Según el presidente de la Junta de Acción Comunal, JAC, Éder Maceo, este desplazamiento ha afectado a su comunidad porque nunca habían sentido el rigor de la guerra. “Esto nos tocó muy duro. Nuestros campesinos están acostumbrados a comer hasta saciarse, a trabajar la tierra para vivir de ella y ahora mire cómo estamos, metidos en salones esperando a que nos den todo”, dice.

Y es que los salones de la Institución Educativa Guarumo son por ahora las viviendas de los campesinos desplazados: duermen en colchonetas, hacen filas para reclamar la comida, lavan los platos en poncheras de agua y se bañan por turnos. “Todo esto con el agravante de no poder guardar el distanciamiento social que exige la pandemia para no contagiarse de covid”, como expresa Maceo.

Sin embargo, el secretario de Gobierno de Cáceres, Martín Rivera, expresó a EL COLOMBIANO que entre las medidas de mitigación para la emergencia humanitaria causada por el desplazamiento se han entregado elementos de bioseguridad como gel antibacterial, alcohol, tapabocas y elementos de aseo personal.

“Hemos recibido el apoyo de la secretaría del departamento de Antioquia a través de la Oficina de Derechos Humanos y de la Unidad de Víctimas, cuyo director regional, Wilson Córdoba, hará presencia hoy en el lugar”, expresó Rivera, quien agregó que se realizará un consejo de seguridad con el gobernador para determinar qué acciones tomar frente al desplazamiento.

Mientras llegan esas acciones, en primera fila y frente a un televisor de 52 pulgadas, el más grande que ha visto en sus 11 años de vida, está sentado Andrés Felipe. Junto a otros 240 niños y jóvenes desplazados ve una película infantil. En su mundo infantil, no entiende porqué un grupo armado los obligó a salir y la orden es que no regresen a sus tierras hasta que pasen dos meses, solo por disputarle el territorio al otro grupo ilegal.

De su finca extraña ir al colegio, corretear las gallinas, tirarles piedras a los árboles frutales y correr con su perro Comando, pero no el fútbol. “Ese lo juego aquí, hasta que me canso o mi mamá me llama a dormir”.

*El nombre fue cambiado por seguridad de la fuente..

200
familias, entre campesinas e indígenas, salieron de Isla Amargura, según la JAC.
Infográfico
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