Ambos son hijos de la universidad pública. Rubis, mujer, afro, y antioqueña oriunda del barrio Obrero de Turbo. Javier, por su parte, bogotano hasta la médula e hincha de Millonarios. Dos de los colombianos que hacen patria en el exterior. De acuerdo con el Ministerio de Relaciones Exteriores cerca de 4,7 millones de connacionales viven por fuera del país, una cifra que representa poco menos del 10 % del total de la población colombiana según el censo más reciente realizado por el Dane y que si se concentrara toda en un solo espacio geográfico crearía la segunda ciudad más poblada del país, solo por detrás de Bogotá. En EL COLOMBIANO tocamos de manera virtual las puertas de Rubis y Javier para conocer cómo desde sus diferentes disciplinas, el saneamiento ambiental y la virología, están dejando en alto el nombre del país en lugares tan distantes como el sudeste asiático y el estado de Nueva York, en Estados Unidos.
Vivir por fuera implica renuncias como la posibilidad de tener el abrazo familiar a la vuelta de la esquina, más en tiempos de pandemia. Rubis, por ejemplo, vive a varios días de viaje del Urabá antioqueño donde residen sus padres y hermanos. La última vez que vino, en diciembre pasado, fue un periplo que duró cerca de cuatro días e incluyó vuelos para salir de Myanmar y escalas en Bangkok, Frankfurt, Bogotá y de ahí a Turbo. Javier está en Ithaca (NY), a 4.000 kilómetros de la capital colombiana, y aunque en teoría está más cerca, el primer semestre resultó frenético por la necesidad de tener más información del nuevo coronavirus.
Javier Jaimes y la carrera para desarmar al nuevo coronavirus
La clase de virología en cuarto semestre en el pregrado de Medicina Veterinaria, en la Universidad Nacional, fue en el año 2001 para el entonces estudiante Javier Jaimes una especie de revelación sobre lo que quería hacer de ahí en adelante. Ahí conoció los virus y se vinculó como voluntario a un grupo de investigación al respecto. Tanto se encaprichó con el tema que la tesis de pregrado fue la caracterización de un coronavirus presente en las aves.
De ahí vino la maestría en Ciencias de la Salud de la misma universidad y el trabajo con más virus aviarios explorando diagnóstico molecular y evaluación de respuestas de vacunas. Llegó la etapa como docente en la Universidad de La Salle donde estuvo por seis años enseñando virología y otro posgrado en administración de empresas donde se acercó en el sector industrial de fabricación de vacunas.
“Durante mi etapa como docente no solo estudié virus aviarios, también equinos de otras especies. En 2013 apliqué y me gané una beca Fulbright - Colciencias para hacer un doctorado (Microbiología) acá en la Universidad de Cornell y volví a trabajar con coronavirus, muy enfocado a los mecanismos infecciosos y cómo entran los virus a las células para causar las enfermedades”, cuenta.
La pandemia lo sorprendió en medio de un proyecto de vacuna para desactivar otro coronavirus que afecta a los humanos, el virus respiratorio del Medio Oriente (Mers) y tuvo que suspenderlo desde enero del 2020 para volcar sus esfuerzos en conocer lo más rápido posible las formas de actuar del ahora famoso Sars-CoV2.
Hoy ajusta seis meses junto a un equipo de investigadores buscando mecanismos para desarmar al nuevo coronavirus. Inicialmente con una vacuna y ahora probando medicamentos o moléculas que inhiban el ingreso del virus a las células e interfieran con la infección para disminuir la capacidad de replicación del virus.
Rubis, talento antioqueño que ayuda a los más vulnerables en el sudeste asiático
A Rubis Mena, egresada de Saneamiento Ambiental de la sede Urabá de la U. de A. la vida le mostró el camino profesional hace ya dos décadas, cuando en medio de un desplazamiento de pobladores de la cuenta del río Atrato hacia Turbo descubrió el valor del trabajo humanitario. Allí estableció contactos y se vinculó con las primeras organizaciones internacionales hasta que en 2009 dio el salto a Médicos Sin Fronteras. Con MSF trabajó seis años en actividades de tratamiento de agua, higiene y saneamiento como construcción de letrinas y estuvo en tragedias dolorosas como el huracán Ida en El Salvador (2009), el tifón Haiyan en Filipinas (2013) o el terremoto que azotó a Nepal en el 2015. También en misiones que la marcaron en países africanos como Niger, Sudán del Sur y Nigeria donde atendieron brotes de malaria, cólera y desnutrición. En medio de eso cursó un máster en Agua y Gestión Ambiental en Inglaterra y proyectó un sueño que se le cumplió desde el 2016: trabajar para el Comité Internacional de la Cruz Roja (Cicr). Primero estuvo 22 meses en Afganistán a cargo de un proyecto de manejo de aguas residuales para la cárcel provincial en Herat. Luego aterrizó en Mosul (Irak) donde se embarcó en un proyecto de agua potable. “Fue especial porque uno ve el río Tigris en el colegio y allí por mi trabajo tenía que cruzarlo todos los días. Teníamos que rehabilitar plantas de tratamiento de agua destruidas en la guerra”, cuenta. Su destino actual: Myanmar, en el sudeste asiático, donde se encarga de la construcción de sistemas de agua para zonas rurales, apoyo a desplazados y atención de emergencias. Por la pandemia adelantan campañas pedagógicas de lavado de manos y dotación sanitaria para 38 escuelas urbanas. El trabajo humanitario la ha llevado a más de 40 países. “Creo que soy la única ingeniera negra, colombiana, trabajando por fuera del país con el CICR. Me gusta trabajar con mujeres, abrirles espacios en labores en que tradicionalmente no hay mucha participación femenina”.