En el salón del Nunca Más, en Granada, los habitantes de este municipio del oriente antioqueño guardan parte de esa historia que les arrebató a seres queridos y les hizo doler el alma. Lo volvieron un santuario para gritarles a los violentos que no quieren más hostilidades. Es un pequeño salón que alberga en sus cuatro paredes de tapia, las fotografías de los que perecieron entre las balas de los grupos armados, los diarios de las víctimas, los restos del carrobomba que estalló en el parque principal en el año 2000, todos vestigios de cuando la guerra hizo nido entre sus montañas.
Esa memoria que honran los granadinos con la fe ciega del creyente, hoy se cae a pedazos. Al salón del Nunca Más, ubicado en un sótano al lado de la iglesia donde el 6 de diciembre del año 2000 un bombazo de las Farc destruyó medio pueblo, el agua le ha hecho estragos, cae a chorros por las paredes y ha destruido el techo y se ha comido las tapias.
Además, muchas veces después de los torrenciales, las guías y voluntarias han tenido que recoger entre el salón inundado las hojas y las bitácoras con la tinta regada por la lluvia que se cuela por las tejas de barro. Dice Gloria Ramírez, una de las granadinas fundadora de este espacio de memoria, que se perdieron bitácoras, se dañaron fotos y unas pantallas táctiles conseguidas con mucho esfuerzo.
“No hay dinero para hacerle mantenimiento, no hay plata para pintarlo. Además, no se ha vuelto a abrir de lunes a viernes porque la gente que colaboraba se retiró o la ayuda la presta muy esporádicamente porque no hay recursos económicos y ellos tienen que rebuscarse la vida y el trabajo en el salón es gratis”, dice.
El salón del Nunca Más, explica esta líder, tiene un comodato con el espacio que le brinda la administración municipal, la cual también les colabora con la energía, “y estamos muy agradecidos con toda esa ayuda, pero necesitamos, para solucionar la actual problemática, entre seis y ocho millones de pesos que costarían los arreglos”.
La idea de cerrar el salón le arruga el corazón a Gloria. Piensa que esto no debe pasar, y ella y el equipo de trabajo creen que incluso si les toca hacer bingos, empanadas o rifas, lo harán para no dejar perder la memoria del municipio.
Una frustración
Pensar que el salón Nunca Más cierre sus puertas y en sus rincones se agazape el olvido, es una idea que le quita el sueño a Gloria Quintero, otra de las mujeres que ayudó a fundar este espacio para exaltar la memoria de las víctimas y contar la historia a las futuras generaciones del país.
“Si llegara a cerrarse sería una gran pérdida para habitantes y visitantes. Yo no lo dimensiono, no se me alcanza a pasar por la cabeza, y menos cuando hemos luchado por 10 años por sacar adelante este espacio que es como un desahogo, es un refugio donde vienen a compartir la historia de sus seres queridos”, cuenta.
Que se cierren este tipo de espacios, es para el sociólogo Max Yuri Gil, una desgracia para todas estas personas que luchan por mantener viva la memoria de las víctimas. Agrega que es muy grave la precariedad del salón, y a la vez es una paradoja que cuando en el país se está viviendo un “boom” con los trabajos de memoria como lo ha hecho San Carlos, Bogotá y Medellín, se puedan acabar este tipo de espacios, y más por apoyo.
“Esto es frustrante para las víctimas. Cuando un grupo de ellas decide poner público su dolor a través de estrategias como esta, busca generar una empatía, tener un acto pedagógico con el resto de la sociedad para que sepan lo que pasó y no se repita. Interrumpir ese proceso y cerrar por falta de recursos, sería muy doloroso; sería diferente que ellos dijeran que cierran porque cumplieron el ciclo o lo que querían mostrar, pero por falta de recursos, de alguna manera es una revictimizacion”, agrega Gil.
O incluso, como se lo dijo Luis Carlos Manjarrés, curador del Museo Nacional de Memoria Histórica, al portal Hacemos Memoria, este tipo de acciones es “una manera de silenciar las comunidades permitiendo que los espacios de memoria decaigan, que pierdan su fuerza. Por eso, ver ese deterioro es ver unas intencionalidades claras de silenciar y de olvidar”.
Hay un frase que con el paso de los años se ha convertido en un sello indeleble para los más de siete millones de afectados que ha dejado el conflicto armado en Colombia: “Uno se muere cuando lo olvidan”, y ese enunciado es el que hoy, desde Granada, gritan sus habitantes para cerrar el salón que por 10 años ha honrado a las víctimas que no quieren sepultar en el olvido.
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millones de pesos es el rubro 2018 de Divulgación del Centro de Memoria Histórica.