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Llegaron, se enamoraron y echaron raíces

Hablamos con cuatro extranjeros que se quedaron en Colombia, pidieron la nacionalidad porque los encantó el clima, la comida y la gente.

  • Celia Torrado - John Otis - Salvatore Crispino - Igor Torrico
    Celia Torrado - John Otis - Salvatore Crispino - Igor Torrico

Celia y Ailec enseñan a nadar con sabor cubano
En 1995, Celia Torrado Casas llegó de Cuba a Colombia con la misión de entrenar a las mujeres adolescentes del club de nado sincronizado, SincroAntioquia. Tomó como consejo lo que su tocaya la cantante Celia Cruz dice en una de sus canciones, que la vida es un carnaval y por eso se goza su existencia a cada instante. En su país estudió Educación Física en el Instituto Manuel Fajardo de La Habana y, como muchos extranjeros que han venido de paso, se quedó entre las montañas antioqueñas y se enamoró de la cordialidad que encontró en cada esquina de Medellín y la bautizó “su huequito”. En 2006 recibió la nacionalidad colombiana y hoy, 14 años después de su juramento, cantar los himnos de Colombia y Antioquia le hacen sentir un orgullo patrio único. Desde 1998 Celia está acompañada de su hija Ailec Barcia, quien llegó en abril de ese año al país y consiguió la nacionalización un año después que su madre, es decir en 2007. Ailec se casó con un paisa y ahora ambos tienen un hijo antioqueño llamado Lucas. Dice Celia que de Cuba extraña a sus hermanos y amigos y confiesa que aún sueña con ir visitar a sus seres queridos a la isla, pero que regresaría a Colombia.

Otis, un colombiano que lo era antes de jurar
El periodista John Otis llegó a América Latina en los años 80 cuando su país, EE. UU., estaba muy involucrado en las guerras de otros. “Como periodista trataba de entender por qué estuvimos tan metidos en esos conflictos y ese era un tema que le interesaba a mis editores”. Llegó a Colombia en 1997, a cubrir el proceso de paz en El Caguán durante el gobierno de Andrés Pastrana. Se dio cuenta que este era un buen país para ubicarse y viajar a toda la región, ya que le interesaba la situación de Venezuela, Perú y Panamá. No se quedó todo el tiempo, por trabajo tuvo que ir a cubrir las guerras en Afganistán e Irak, pero siempre volvía a su casa, en Colombia. De alguna manera se sentía cautivado por las montañas: “Soy de Minessota, un estado muy plano y cuando conocí los Andes me enamoré”, relata. Vive en La Calera, en los cerros, a la salida de Bogotá. Además de las montañas también se enamoró de Alejandra de Vengoechea, una periodista bogotana, se casó con ella y tuvieron a Martín y Lorenzo, quienes tienen 15 y 11 años. En 2019 año juró como colombiano, porque ya lo era desde hace muchos años: “Conozco mejor a Colombia que muchos colombianos, la he recorrido, la he entendido, la he contado y la he querido”, asegura. *Es corresponsal en América Latina para National Public Radio (NPR), la Revista TIME y el diario The Wall Street Journal.

Salvatore habla italiano y brinda con guaro
Tres cosas enamoraron al italiano Salvatore Crispino de Colombia: su esposa, el clima de Medellín y la amabilidad de su gente. El primer amor de este hijo de Nápoles fue (y lo sigue siendo) María Luzmila Molina, la mujer colombiana que conoció en París en 1975. Al mes decidieron hacer un hogar y a los seis meses, ambos ya esperaban a su única hija: Pasqualina.

Una propuesta fugaz de su esposa, hecha en una tarde parisina, los trajo a Medellín en 1981. En ese momento, junto a un amigo, montó una pizzería a la que llamó La bella Nápoli. Salvatore es un hombre de 60 años con un marcado tono de voz y su acento italiano. En 1991, diez años después, se independizó de su socio en la pizzería y desde esa época tiene su propio restaurante en la misma esquina de Laureles. Le encanta la bandeja paisa y le gusta el guaro, aunque solo se toma dos. “Él se siente tan colombiano como nosotros. Está cansado de usar la cédula de extranjería y ahora con la nacionalidad, siente que este país lo ha aceptado”, dice su hija Pasqualina.

Igor Torrico, el chamo que enseña en colombia
Desde niño, en las calles de Caracas, Igor Torrico veía a los colombianos que habían llegado a su país aprovechando la bonanza petrolera. Desde su barrera, Colombia era un país pobre, “el conflicto y el narcotráfico les arrebataba a los colombianos el futuro”, dice. Estudió Comunicación y muy rápidamente ascendió en su carrera hasta llegar a director de Comunicaciones del Ministerio de Finanzas de Hugo Chávez. Se casó con Diana Lozano Perafán, hija de padres colombianos, y de su unión nació Lucía. Cuando Chávez murió, Igor empezó a pensar en el futuro, la economía de Venezuela estaba cada vez peor y las perspectivas no eran buenas. “Entonces supimos que había que emigrar, quedarnos era poner en riesgo nuestro futuro y el de nuestra hija”, cuenta. Entre las opciones que había como ir a EE. UU, España o Chile, como muchos de sus compatriotas estaban haciendo, se decantó por Colombia, “porque no íbamos a llegar ilegales, tenía la opción de una residencia temporal porque Diana y Lucía tenían la nacionalidad; el español es nuestro idioma y venir a Colombia nos permitía estar cerca de Venezuela y allá quedaba nuestra familia”. Inicialmente fue irónico. Igor empezó a dimensionar cómo la vida de ambos países había cambiado, la de Venezuela para mal y la de Colombia para bien. “Desde que llegué, en 2013, me sentí como en casa, siempre fui acogido donde llegara”.

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