“Tranquilos, no me maten... Yo soy un hombre de paz, ustedes ganaron y los felicito porque hicieron un buen trabajo”.
Gilberto Rodríguez Orejuela, máximo cabecilla del Cartel de Cali, no pudo decir nada más cuando tres integrantes del Bloque de Búsqueda de la Policía Nacional lo encontraron escondido en una estratégica caleta de dos metros de alto, mimetizada tras la gigantesca biblioteca del cuarto principal de una residencia ubicada en el barrio Santa Mónica Residencial, donde llevaba casi dos semanas.
Con las manos en la nuca, visiblemente asustado, luciendo bigote, chivera, una espesa barba de varios días y una cabellera negra recientemente teñida, Rodríguez Orejuela no opuso ningún tipo de resistencia a los uniformados. En silencio, entregó cuatro pistolas nueve milímetros, varios dólares, pesos y monedas colombianas y sus documentos, y dejó que le pusieran las esposas.
El reloj que colgaba en una de las paredes de la habitación, donde además había una sala de televisión, una cama doble, dos teléfonos y un clóset con ropa informal y varios trajes, marcaba las tres de la tarde y 18 minutos. Era 9 de junio de 1995.
El capo fue sacado de la habitación por cinco oficiales y quince agentes que de inmediato lo ingresaron al helicóptero artillado de matrícula PNC 187 y se lo llevaron a la base aérea Marco Fidel Suárez, de donde salió a las 4:00 p.m. en un avión militar rumbo al aeropuerto de Catam, en Bogotá.
Era el epílogo de una gigantesca operación de inteligencia y persecución de más de cinco meses, en la que intervinieron cerca de 600 hombres de la Policía y el Ejército, que se desplegaron a lo largo y ancho del departamento, realizando más de dos mil allanamientos a edificios, casas, fincas y residencias campestres.
El hombre clave
Alias de ‘El Flaco’, miembro del equipo de seguridad personal de Rodríguez Orejuela, había sido capturado una semana antes. Fue la información suministrada por este lugarteniente del Cartel, cuya identidad no fue revelada en el momento, la que permitió montar y desarrollar una rápida acción de inteligencia que inicialmente no dejó ningún resultado y que desalentó, por momentos, a los comandantes del Bloque.
Sin embargo, fue la llamada de un ciudadano, que alertó sobre movimientos extraños en el norte de Cali, la que finalmente hizo caer a “El Ajedrecista”.
A las tres de la tarde, tres camiones Ford de la Policía Nacional se apoderaron de la Avenida 9a. Norte, una estrecha calle que tiene una sola entrada y que demarca el límite del perímetro urbano, en el extremo noroccidental del piedemonte caleño.
De ellos, así como de otras quince camionetas y camperos, descendieron cerca de cien hombres que rápidamente se apoderaron de tres cuadras a la redonda, allanaron el edificio Altavista, subieron a los techos de las nueve residencias aledañas y entraron a la casa demarcada con el número 28N-97, donde se escondía el capo.