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La Pista: una megainvasión con 13 mil personas en el antiguo aeropuerto de Maicao

El arribo de colombo venezolanos al antiguo aeropuerto comenzó hace 7 años y no para.

  • La Pista: una megainvasión con 13 mil personas en el antiguo aeropuerto de Maicao
  • Esta es la vista aérea del asentamiento La Pista que tiene 1.200 metros de largo y alberga 13.000 personas. FOTO: Camilo Suárez
    Esta es la vista aérea del asentamiento La Pista que tiene 1.200 metros de largo y alberga 13.000 personas. FOTO: Camilo Suárez
  • Las aguas se metieron a los ranchos improvisados y crean caminos de llantas. FOTO: Camilo Suárez.
    Las aguas se metieron a los ranchos improvisados y crean caminos de llantas. FOTO: Camilo Suárez.
  • La señora María tiene 110 años, es la persona más longeva del lugar. FOTO: Camilo Suárez
    La señora María tiene 110 años, es la persona más longeva del lugar. FOTO: Camilo Suárez
La Pista: una megainvasión con 13 mil personas en el antiguo aeropuerto de Maicao
11 de diciembre de 2022
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La casa de César tiene paredes de tela. Cuatro palos de madera hacen las veces de vigas para sostener un techo de plástico. El piso es de tierra, la misma que le vendieron por 600.000 pesos en el asentamiento La Pista, en Maicao - La Guajira, hace tres meses cuando llegó de Venezuela con su esposa y tres hijos que no superan los cinco años.

El terreno que le vendieron, a ciencia cierta no es de él y probablemente de ninguna de las 13.000 personas que habitan el que, según Acnur, es el asentamiento informal más grande de América Latina, pero a fin de cuentas tierra es tierra y para ellos eso lo es todo.

“Aquí no vivimos bien, vivimos felices porque tenemos el techo. Aunque sea ilegal, lo tenemos. Eso es darle gracias a Dios y tener una bendición”, expresó Ana, una de las líderes del asentamiento.

Desde hace siete años, las familias comenzaron a asentarse en lo que era el antiguo aeropuerto, de no más de 1.200 metros. Sin embargo, durante la pandemia se presentó una llegada masiva de migrantes venezolanos, colombianos retornados y de acogida —como los indígenas Wayú—, lo que agravó la situación.

Alrededor de 500 familias construyeron sus ranchos en ese terreno, que pasó a manos del municipio desde hace más de 30 años, cuando la aeronáutica decidió no renovar el contrato y cerrar definitivamente la pista.

Visite la galería de imágenes para conocer la radiografía del lugar

Esta es la vista aérea del asentamiento La Pista que tiene 1.200 metros de largo y alberga 13.000 personas. FOTO: Camilo Suárez
Esta es la vista aérea del asentamiento La Pista que tiene 1.200 metros de largo y alberga 13.000 personas. FOTO: Camilo Suárez

Desde entonces, el número de familias no ha dejado de crecer: en solo un año hubo un aumento de 1.000 y ya son más de 3.000.

Un equipo periodístico de EL COLOMBIANO viajó hasta la zona y recorrió el asentamiento durante cuatro días, para conocer las condiciones de vida de esta población.

Precisamente, César, sus hijos y su esposa son el rostro de una familia que tuvo que migrar en búsqueda de un sistema de salud más eficiente. Una gripe mal cuidada hizo que el padre perdiera un pulmón. Ahora requiere una cirugía pero, como no puede pagarla, tiene que llevar una sonda y una bolsa pegadas a su cuerpo, por donde drena líquidos.

Según la administración municipal, hasta la fecha se han hecho cargo de las necesidades y dificultades que atraviesan los asentados, y aunque aseguran que gestionan las ayudas internacionales de más de 35 organizaciones cooperantes, en sus bases de datos ni siquiera tienen un censo real. Por eso, líderes de la zona hablan sobre el desvío de los recursos que no permiten que las condiciones mejoren.

La senadora Aída Avello ha sido una de las que ha puesto el tema en la agenda política y ha cuestionado el trabajo del alcalde Mohamad Dasuki. “Aunque hay varias organizaciones trabajando, no se ve la inversión en las mejoras de viviendas, la precariedad es extrema y el hacinamiento estremece, ¿dónde está el alcalde?”, cuestionó la senadora en diálogo con EL COLOMBIANO.

Este medio también se puso en contacto con el alcalde Dasuki, quien explicó que la migración para él ha sido toda una oportunidad para ayudar. “Hay que aprovechar porque está llegando plata, dinero internacional que si no fuera por los migrantes, no entraría al país. Están mandando los dólares. Esa plata está circulando aquí y eso beneficia a la comunidad, a todos se les da ayuda”. Una de las obras de las que se enorgullece es el Centro Transitorio de Solidaridad, construido en 2021, para atender a esta población.

A este municipio, ubicado en el centro este de La Guajira, se le conoce como la vitrina comercial de Colombia por sus dinámicas de mercado, y hasta allá llegan los delegados de los países cooperantes para entregar las ayudas como kits de aseo y mercados.

Las aguas se metieron a los ranchos improvisados y crean caminos de llantas. FOTO: Camilo Suárez.
Las aguas se metieron a los ranchos improvisados y crean caminos de llantas. FOTO: Camilo Suárez.

Viven sobre agua contaminada

Las condiciones de insalubridad empeoran la situación. A simple vista los asentados viven en el cielo, o al menos eso dejan ver las aguas estancadas que reflejan las nubes y la chispa del sol.

Los pozos que habían construido para que funcionaran como un baño colapsaron por las lluvias y la tierra se convirtió en un lago que inunda los terrenos con aguas verdes, negras, llenas de burbujas y mosquitos. Todo eso hace que los olores en el asentamiento se confundan: huele a ceniza, a leña, a carbón, a estiércol, a heces humanas, a la alcantarilla que desagua por los lados de los ranchos.

“Esto lo que trae son más enfermedades. Tenemos una epidemia de dengue, culebrilla y escabiosis”, contó Yaneth, otra líder del asentamiento, mientras hacía equilibrio en los caminos improvisados con llantas.

En esa misma agua juegan los niños, caminan y corren descalzos en los pozos de colores diversos que les dejan gusanos en los pies y hongos en la piel. A pesar de eso siempre están sonriendo porque la inocencia solo les permite ser felices. Esos mismos pies los usan para andar largos caminos hasta encontrar algo de comida, a veces no recuerdan la ruta a casa y terminan perdidos en alguna ranchería.

Mientras tanto, a los adultos como Martín los mata lentamente la incertidumbre y el miedo de que llueva fuerte y que ese lago contaminado se meta en las casas construidas, con tablas de madera, con una mezcla de barro y palos y con los pocos escombros que quedaron de la torre de control. Las paredes se van diluyendo con los aguaceros que también se roban los techos de cartón.

Algunas familias lograron conseguir latas de zinc que resisten, pero calientan más con el sol y queman. En esos ranchos el calor se siente pesado y la luz que se roban del transformador del barrio más cercano solo aguanta el voltaje para un ventilador pequeño y un bombillo que en la noche parece un cocuyo.

Así es el rancho de la señora María, la mujer más longeva del asentamiento, que tiene 110 años y vive con su hija y cuatro bisnietos. Duermen en chinchorros o hamacas para escapar del agua, y ella, con todos sus años encima, espera paciente una sopa de agua lluvia y fideos que le preparan a diario en un fogón hecho de llantas y carbón, corriendo el riesgo de que una chispa de fuego encienda su casa.

La señora María tiene 110 años, es la persona más longeva del lugar. FOTO: Camilo Suárez
La señora María tiene 110 años, es la persona más longeva del lugar. FOTO: Camilo Suárez

Las calles marcadas de rojo

El asentamiento ya parece un pueblo y tiene direcciones para ubicarse: calles, carreras y números. Cada líder está encargado de una de las 12 manzanas que componen ese lugar y deciden de manera autónoma cómo distribuir las casas. A las calles les ponen nombre para ubicarse: la morenita, la pista, la guadalupana, la torre. Cada casa está marcada con un número de color rojo, algunos ponen el nombre del dueño y las decoran con oraciones o letreros de bienvenida.

Con pintura aprovechan para promocionar sus talentos y ofrecen, por ejemplo, depilación de cejas y arreglo de uñas. Pero las actividades económicas que predominan en el territorio son la venta de reciclaje y de agua que se reparte en burros por todo el asentamiento, a 3.000 pesos el galón.

El estrés es un arma de guerra

En La Pista todo cuesta: el agua, la tierra, el fuego, la comida. Se alquilan las lavadoras, se roban la energía que pegan de unos palos de madera como postes sobre el agua. Lo único que no se puede comprar es el aire.

La bolsa pequeña de carbón cuesta $2.000 y un paquete de harina para hacer arepas está en $5.000. Con eso les alcanza para alimentar a una familia compuesta por cuatro o cinco integrantes.

El alcalde Dasuki dice que es imposible darles los servicios básicos para una vida digna, porque “no podemos legalizar invasiones, pero les estamos garantizando su estadía porque ¿dónde me voy a meter a 13.000 personas?”.

Las amenazas de un posible desalojo mantienen la incertidumbre y el estrés martillándoles la cabeza cada noche, pensando que pueden perder lo único que tienen: un pedazo de tierra inundado, pero propio.

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