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En Medellín ya están listos los barberos de la paz

Un grupo de jóvenes de 30 barberías de Medellín le apuestan al posconflicto: dicen estar dispuestos a enseñar su oficio a quienes no vuelvan a empuñar un arma.

  • Las barberías están ubicadas en zonas donde se vive un alto conflicto social como Manrique, Aranjuez y otros barrios de Medellín. Son cerca de 30 barberías. FOTO Donaldo zuluaga - Róbinson Sáenz
    Las barberías están ubicadas en zonas donde se vive un alto conflicto social como Manrique, Aranjuez y otros barrios de Medellín. Son cerca de 30 barberías. FOTO Donaldo zuluaga - Róbinson Sáenz
  • En Medellín ya están listos los barberos de la paz
  • En Medellín ya están listos los barberos de la paz
05 de junio de 2016
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CEl proyecto que le inundó de ideas la cabeza a Martín Cortés recibió, al inicio, el calificativo de locura. Era simple, o por lo menos así lo hace ver: su barbería debería convertirse en un espacio para el arte, para contar a través de pinturas, los horrores de una guerra que no debe repetirse, y además, hacer de este espacio un centro de reconciliación para acoger a algunos de los que una vez empuñaron las armas y brindarles una oportunidad.

Su barbería, un cuarto largo con apenas tres sillas, ocupa un local en medio de una calle larga cerrada por obras de alcantarillado adelantadas por la Alcaldía de Medellín hace más de tres meses. A los costados hay dos viviendas por las que se entra entre dos pasillos enrejados, de modo que siempre hay gente pasando por la puerta de su local, pintado de blanco y negro y con un espejo que atraviesa la pared más larga y sirve para reflejar las vanidades de los clientes. A través de los parlantes se escuchan retumbar los sonidos hechos con la boca de los cantantes negros del Hip Hop. Un puñado de muchachos —vestidos como los barberos de antaño: corbata, chaleco y pantalón negros y camisa blanca— serán los encargados de hacer realidad tal disparate magistral.

“La idea es recuperar la memoria con toda la gente joven que no sabe, porque nosotros vamos a hablar de posconflicto, pero la gente si no sabe que aquí hubo una guerra, no lo va a entender”, cuenta Martín, un hombre delgado, moreno, de voz gruesa y una experiencia de 17 años como barbero, con la antropología metida en la cabeza y el arte y el amor por la música moviéndole la existencia.

La realidad es que el plan de acoger a los desmovilizados y víctimas del conflicto Martín lo concibió hace ocho meses cuando se hizo evidente que el proceso de paz no tenía retroceso y que el país debía prepararse para brindar una nueva oportunidad. Entonces tocó las puertas de las administraciones y empezó a tratar de convencer que las barberías en Medellín son más que sitios para cortar el cabello o arreglarse la barba.

“Se necesitan escenarios de paz para el posconflicto y eso pueden ser las barberías, y están en barrios que tienen grandes problemas sociales. Hay en Aranjuez, en Manrique, en Itagüí. Se les cambia el discurso para que entiendan que es el posconflicto, la reconciliación y hagan una especie de eco”, afirma Martín.

El “ejército” de barberos

A un costado, en la barbería de Martín, una pintura mural muestra como el conflicto se ha tragado a las personas. Es como un reloj de arena que pasa de lado a lado a los que se atreven a desafiar las arenas del tiempo. La pintura la hizo Sebastián Pérez Ríos, uno de los jóvenes que hacen parte de Barber Art y quieren con su arte, hacer de Colombia un mundo mejor. Lo dice él, y Martín, y los otros barberos que se sumaron a la iniciativa de acoger a los afectados por el conflicto armado.

Los días que pasó en la calle, le han servido a Sebastián para mostrarle al mundo que sí se puede salir adelante. Abandonó su casa cuando tenía 18 años, cansado, según él, de la inestabilidad de su familia. Dejó su barrio, el Doce de Octubre, a los seis años. La violencia lo expulsó, como ha expulsado a más de seis millones de personas de sus terruños, según la Unidad de Víctimas.

En sus días de andariego conoció las drogas, durmió en la calle, se alimentó de la caridad de alguna personas que le daban monedas para comprar algo de comer, también de los pequeños trabajos que hacía “por ahí”, llegó a pasar muchas de sus noches bajo un techo, pero era una casa donde todos eran drogadictos, siguió haciendo deporte, consumió de todo.

“A los 20 años comencé a tomar conciencia de lo que estaba haciendo porque yo como que no veía una producción en mí, veía que era un producto falso, como un juguete que simplemente que está pero no está, en cambio uno cuando aprende a ser persona se va como hallando, va poniendo los pies en la tierra y va elevando su mente”, dice hoy Sebastián, sentado junto a su hijo, un pequeño de no más de dos años de nacido.

Cansado de “vagar por ahí”, ingresó a un centro de rehabilitación y asumió el papel del verdugo: a los castigados les dolía que les cortaran el cabello, Sebastián ejecutó esa orden más de mil veces. En esa tarea cogió la experiencia para saber todo sobre como cortar el cabello. Aprendió a coger la máquina, a hacer cortes como “el face”, “el siete”, “el mango chupao”.

“Estuve en el centro de rehabilitación ocho meses, duré dos meses más porque pedí más tiempo, y saliendo de allá quien me dio la mano con la barbería fue una amigo que en ese tiempo iba a montar ese negocio. Era más amigo de mi hermana que mío, y mi hermana mientras yo estaba en el centro de rehabilitación le decía a él que yo estaba motilando. Que me tuviera en cuenta. Cuando salí del proceso de rehabilitación él me puso a trabajar y como estaba más avanzado que yo me enseñó más y me pulí”, recuerda Sebastián, quien también “le jala a las artes plásticas”.

Después de salir de su barrio por la violencia, de vivir en la calle, de pasar por un centro de rehabilitación, Sebastián conoció a la que hoy es su pareja. Tiene su pareja y un hijo. Desea ayudar a todo el que quiera dejarse ayudar.

“La vida siempre da oportunidades y si nosotros podemos ayudar, podemos ser maestros, siempre será bienvenido enseñar”, afirma Sebastián, cuyo sueño se ha convertido en ver crecer a su hijo junto a su mujer.

***

La responsabilidad de hablar sobre posconflicto, reconciliación, paz y memoria histórica recaerá sobre más de 90 barberos de Medellín. Este es el sueño de Martín: que más de 30 barberías se unan para brindar oportunidades, y en un futuro, reírse del mal pasado.

Uno de estos jóvenes es Stiven Díaz Ramírez. Tiene 20 años y lleva dos de estos entre cuchillas, barberas y tijeras; sin embargo, sus manos parecen volar cuando un desprevenido o un asiduo cliente le pone su cabeza y el dibuja las líneas del corte. Sus dedos parecen moverse al ritmo de la música, y no habla. Se concentra en su trabajo pues, asegura, para él es tan importante el primer corte como el último que realiza.

No se separa de su gorra negra, la que le hace juego a su pinta de barbero antiguo. “Esto es un estilo de vida, es mostrar que nosotros somos personas y podemos inspirar respeto, como hace años lo hacían los barberos en Inglaterra”, cuenta Stiven, sin quitarse uno de los guantes negros de caucho mientras sostiene la máquina de afeitar.

Este joven —piel blanca, estatura mediana—, dice estar dispuesto a enseñar su arte. “Con esto podría ayudar a cambiar un poco el mundo. Estaría dispuesto a enseñarle a cualquier persona incluso a los que desafortunadamente hicieron parte del conflicto que no lo viví tan intensamente, pero que si con mi enseñanza ellos se alejan de los pasos malos de la calle lo haría con mucho gusto”.

Para hacer realidad el proyecto de Barber Art, Martín y los “barberos de la paz” tocaron puertas. Se vincularon con otras instituciones juveniles de varias comunas y llegaron a la Secretaría de la Juventud de la Alcaldía de Medellín.

“Estamos tramitando con la Secretaría de la Juventud que nos den el acceso de ingresar a la cárcel porque allá hay guerrilleros de las Farc y hay personas que están haciendo artes plásticas, pero nosotros necesitamos una estructura de mercadeo y hay que mostrarse, y si son 20 o 30 cuadros pintados por guerrilleros de las Farc hablando de posconflicto y perdón, hay que mostrarlos para hacer mejor este país”, afirma Martín.

Como la tarea de compartir con los que alguna vez hicieron la guerra no es fácil, el sueño de Martín alberga incluso, la capacitación para los muchachos en Administración de Empresas, en Ciencias Políticas, en oficios que les sirvan a los que se vinculan al proyecto.

Pedro Fajardo, director (e) de la Secretaría de la Juventud de la Alcaldía de Medellín, cuenta que la vinculación a la idea de las barberías ha sido a través de programas que sirven de promoción a esta iniciativa juvenil, la cual les pareció llamativa.

“Las barberías se han convertido en centros de recepción y emisión de información. Aprovechando ese potencial, hicimos una especie de batallas en las que convocamos a diferentes colectivos juveniles a participar para mostrar lo que puede hacer la juventud en temas de convivencia, respeto y aceptación del otro. Esto como preámbulo a la Semana de la Juventud en la que realizaremos varios programas en pro de los jóvenes”, explica Fajardo.

Aunque todavía no se ha llegado a ningún acuerdo, Martín y sus barberos quieren adelantarse a lo que pueda suceder cuando los fusiles dejen de escupir las balas por sus cañones. Ellos ya tienen sus tijeras, barberas y máquinas en modo posconflicto. Los barberos de la paz están dispuestos ayudar. “Vamos a ser gestores de cambio”, dice Stiven, y esa tarea la harán desde los espejos y las sillas para rasurar.

90
barberos están dispuestos a enseñar a víctimas y desmovilizados del conflicto el oficio de cortar el cabello.
2.500
jóvenes estudian el oficio de barbería cada año, según las escuelas de moda y estética capilar.
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