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Juan Esteban, el joven que cantaba rock y soñó siempre con ser policía

Ayer en la iglesia María Auxiliadora, ubicada en la escuela de policía Carlos Holguín, esa institución le rindió un homenaje tras morir en el atentado del Eln el pasado jueves.

  • El cadete Juan Esteban Marulanda fue recibido ayer con honores en la iglesia de la escuela Carlos Holguín. FOTO róbinson sáenz
    El cadete Juan Esteban Marulanda fue recibido ayer con honores en la iglesia de la escuela Carlos Holguín. FOTO róbinson sáenz
22 de enero de 2019
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Mientras los niños de su barrio Boyacá las Brisas, en el norte de Medellín, soñaban ser policías, y cada 31 de octubre se disfrazaban con ese uniforme verde oliva y salían a pedir dulces, Juan Esteban Marulanda —uno de los cadetes que perdió la vida en el atentado del Eln en Bogotá—, vivía ese sueño gracias a su padre, el sargento mayor Francisco Marulanda.

Tenía apenas cinco años y no pensaba en jugar con carritos o bicicletas; ver a su papá montado en corceles y portando ese uniforme de botas hasta la rodilla, pañoleta amarilla y sombrero de ala ancha, le sembró en el alma a Juan Esteban el deseo de ser agente, entonces se pasó largas horas en la escuela de Policía Carlos Holguin, y aprendió de saludos, insignias, formaciones, pero sobre todo, de caballos.

“Él me arreglaba mi equino a la perfección. Aprendió a montar la silla, el bastón, el casco. Lo hacía en cinco minutos y cada vez que yo salía de servicio el corría primero que yo, llegaba y ya me tenía listo el binomio”, recuerda el sargento (r) Francisco, quien tras 28 años de servicio como policía, hoy goza del buen retiro.

“Él comenzó a amar los caballos. Se encariño mucho con Faraón, el equino más viejo que hoy tiene la institución y que yo pedí en adopción para cuidarlo. Ese caballo fue la mascota de mis hijos, en especial de Juan Esteban, quien siempre lo cuidó como si fuera suyo”, dice Francisco mientras recibe abrazos de condolencia de amigos de su hijo, policías y personas del barrio que lamentan la partida temprana de este joven amante de los animales y que fundó, junto a su padre, a los carabineritos, una especie de policía para niños y jóvenes.

Su destino: ser policía

Las oraciones del sargento (r) Francisco para que ninguno de sus cuatro hijos fuera policía, fueron escuchadas, por lo menos, un tiempo.

Ya joven, su hijo Juan Esteban empezó a sentir los gustos propios de la edad y en las tardes después del colegio se encerraba a escuchar rock en español y estudiar las lecciones de filosofía, una extraña combinación que su hermano Jonathan Marulanda no entiende, pero que dice, le daba resultado siempre.

“Cantaba a todo pulmón la canción Lamento Boliviano y su buena voz lo llevó a hacer muchos amigos. Además, siempre fue un líder y de muy buenos amigos, los mismos que vinieron hoy a despedirlo y que rechazamos la violencia”, cuenta su hermano. Esa época de juventud fue acompañada por Estrella, una perra de raza Pastor Alemán que murió hace un par de años y cuya ausencia lloró Juan Esteban por mucho tiempo.

Las lágrimas de esa pérdida, y de otras juveniles, fueron vistas por Santiago Soto, el joven con el que estudio desdepreescolar, hizo la escuela primaria y el bachillerato, y que ayer durante la misa de homenaje no paraba de sostener una fotografía de su amigo.

“El nunca hablaba de despedidas, pero la última vez me dijo que fuéramos a comer y que debíamos seguir adelante pasara lo que pasara. Me dijo que el volvía en Semana Santa y que volveríamos a escuchar las canciones que tanto nos gustaban”. Dice Santiago que fue una promesa, promesa que el Eln no dejó cumplir.

Pero ni el rock ni la filosofía ni el fútbol lograron alejarlo de su idea de ingresar a la institución policial. Llevaba dos semestres de ingeniería cuando una tarde llamó a su papá y le largó la frase más temida en 19 años: “Quiero ser policía”.

Con los argumentos en contra, el sargento (r) Marulanda solo atinó a decirle: “Si vas a ser un agente, quiero que seas el mejor”. Y así fue. Con la disciplina como bandera, Juan Esteban empezó a nadar. Se levantaba temprano a trotar y con su madre —quien es sicóloga— se preparó para presentar la entrevista. De 75 aspirantes de Antioquia, Chocó, Córdoba y Urabá, pasaron seis, y de esos, cinco llegaron a la escuela. Él siempre entre los mejores.

“Se llevó tres pares de botas mías. Dijo que las usaría con orgullo y que cuando volviera me devolvería unas bien lustradas, como lo solía hacer cuando era niño”, cuenta Francisco. Pero no llegarán. Las botas se quedaron en el alojamiento cerca al lugar donde el jueves el Eln le truncó el sueño que tenía desde niño: ser policía de Colombia.

18
meses llevaba en la escuela de cadetes de la Policía General Santander.

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