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Tuvieron que pasar más de 200 años de historia republicana para que en Colombia la izquierda se tomara el poder a voto limpio y, como si fuera poco, lo hiciera con las mayorías del Congreso.
Así fue como en 2022 llegó a la Casa de Nariño un exguerrillero del M-19, y al Capitolio una coalición inédita de partidos autoidentificados como progresistas. Un coctel político que el país no había bebido.
Pero lo novedoso de la fórmula no implicó que se diera un cambio en las costumbres. De hecho, se afianzaron. Petro ejecutó una jugada de milimetría política que le permitió quedarse con el control de las curules de varios partidos tradicionales –sumadas a las de su Pacto Histórico– a través de una estrategia que criticó muy duro en la campaña y de la que sus más férreos seguidores denigraron con fuerza.
Unos le llaman gobernabilidad, otros –parafraseando al exministro de Hacienda Juan Carlos Echeverry cuando acuñó por allá en 2012 el término– le dicen mermelada, a secas. El caso es que los partidos Conservador, Liberal y de la U, todos tradicionales en el quehacer electoral y con un historial de varios de sus avalados presos por corrupción o nexos con ilegales, terminaron con burocracia en el autodenominado “gobierno del cambio”.
Y, junto a ellos, se mantuvieron Alianza Verde, Comunes y otros minoritarios que también recibieron lo suyo en el abultado aparato burocrático del Estado. Mejor dicho, el jefe de la izquierda aplicó con éxito la fórmula que por décadas le criticó a la derecha y, por supuesto, le dio frutos.
Petro aplicó una fórmula distinta a la de Iván Duque, quien en sus primeros seis meses retuvo la mermelada, no repartió poder, lo que le puso cuesta arriba su trabajo con el Congreso.
Consciente de que necesitaba un timonel con experiencia en su primera legislatura –para controlar las 77 de 108 curules que domina en Senado y las 144 de 188 que se adueñó en la Cámara–, Petro le hizo el guiño al veterano senador Roy Barreras para que presidiera el Congreso desde el día uno; en la Cámara le apostó más a lo ideológico aupando a David Racero, pero la fórmula de experticia, practicidad y un poco de petrismo le funcionó. Tal vez no para llevar el país tan a la izquierda como quisiera, pero sí para imponer sus reglas en el Capitolio y sacar adelante lo que quiere.
En efecto, logró holgadamente la aprobación de una reforma tributaria que le dio las herramientas para recaudar $20 billones, aunque su apuesta inicial era de $50 billones. Y lo hizo sin sacrificar caudal político y menos a su ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, alguien que –por el contrario– se ganó la fama de ser un polo a tierra y el apaga incendios del Ejecutivo.
Tras bambalinas, pero con un olfato duro para los temas electorales, el ministro del Interior, Alfonso Prada, no solo ayudó a patinar esa tributaria, sino que sacó la primera vuelta de su propia reforma política con unas ventajas que dejan a los congresistas mejor parados y, de paso, más contentos con el Gobierno que se las avaló.
Fue precisamente Prada el que se dio a la tarea de que con esa reforma política los congresistas no tengan inhabilidades para ser ministros, que el transfuguismo se permita por al menos una vez y justo antes de las elecciones regionales de octubre de 2023, y, entre otras cosas, convenientemente dijo no haber visto que los partidos grandes podrán hacer coaliciones. Eso sí, se tuvieron que sortear algunos ruidos en sus filas, como la queja de Alianza Verde por los umbrales permitidos para que los partidos se unan en los tarjetones, y además tuvo que sacrificar la cirugía al Código Electoral.
Pero esto último son daños menores si se tiene en cuenta que igual se aprobó la creación de una jurisdicción agraria, que para muchos es meterle burocracia a la justicia; se le hizo la cirugía a la Ley de Orden Público que sentó las bases legales de la “paz total”; se le dio trámite a la despenalización del consumo recreativo de la marihuana; se avanzó en la prohibición de las corridas de toros; se le dieron facultades a Petro para que diseñe el Ministerio de la Igualdad que se le prometió a la vicepresidenta Francia Márquez –con la capacidad de controlar la entrega de subsidios sociales en el año en el que se reconfigura el poder regional–; y, entre otras cosas, se dieron las primera pinceladas para reducir el salario y las vacaciones de los legisladores, aunque solo sea a partir de 2026.
Sin duda fue un semestre de retos, en el que la mermelada ayudó a mover la “agenda del cambio” e hizo de la oposición un reducto de tres partidos que sumados no tienen el poder de inclinar para ningún lado la balanza (Centro Democrático, Cambio Radical y Mira), pero es tan solo la primera parte de una luna de miel que la experiencia política indica que es corta.
En el 2023 se quieren sacar las reformas pensional, laboral y de la salud, e incluso una minitrubutaria para el sector regional, y las cuentas para que Petro se dé ese triunfo están a su favor. Además, en febrero mostrará músculo legislativo sacando su Plan Nacional de Desarrollo, pero es precisamente esa aplanadora la que tiene a varios en alerta.
El exministro de Hacienda y excandidato presidencial Mauricio Cárdenas, de origen conservador, dijo en una reciente columna en El Tiempo que “lo que está en juego es el choque de dos concepciones diferentes de la sociedad: una donde los mercados juegan un papel protagónico, y otra donde juegan un papel subsidiario”.
Y Roy Barreras, que sabe de las tensiones que despiertan Petro y su modelo de Gobierno –y más en un año electoral como el que se avecina–, le respondió que “tenemos la obligación del cambio y también del equilibrio, y eso no se hace maquillando sino trabajando con responsabilidad”.
Lo cierto es que si Petro y su coalición quieren un Congreso que logre ese “equilibrio” no pueden girar tan a la izquierda como quisieran, y se deben abrir más a la discusión con argumentos y no con tanta visceralidad como en la que, gracias a las redes y a los activistas que parapetados en el petrismo ahora tienen una curul en el Capitolio, los del Pacto siempre llevan la ventaja. ¿Estarán a la altura del reto? Por lo que dejó este 2022 pareciera que no tanto, pero aún cabe la esperanza de que el año nuevo traiga otros vientos y de verdad se apunte hacia el cambio .
Macroeditor de Actualidad