Cómo imaginar que en una calle en su momento oscura, residencial y sin salida, nacería uno de los sitios más emblemáticos de la vida nocturna y cultural de Medellín. Cómo imaginar que ese rincón permanecería abierto y dispuesto a recibir las almas de esta ciudad y las peregrinas por casi cuatro décadas. A esos 50 metros cuadrados los bautizó Jorge Buitrago su fundador y anfitrión Bolero Bar y a esa calle, ya no tan oscura y con salida, el Concejo de Medellín la nombró en 2003 La Calle del Bolero.
Un sitio con el carácter y el peso que los años y las presencias le han dejado, que lo convirtieron en un patrimonio de la noche y la ciudad, consistente y maduro, con un cuerpo de barrica difícil de alcanzar. El mismo que han logrado el Málaga, el Homero, El Guanábano, El Tíbiri, y demás primos hermanos sin los que las noches de Medellín perderían un trozo enorme de su memoria, de su labor. “Ir de un lado a otro buscándola [la música] en el instante justo, en el estado espiritual adecuado. Hoy podría ser la noche para estar en Bolero Bar y que Carlos Arturo nos diga los versos de Edmundo Arias: `Lo cierto es que un viejo amor nunca se olvida´, o ir a Diógenes donde el sonero mayor canta con emoción: `Yo para querer no necesito una razón / me sobra mucho pero mucho corazón´, o viernes donde el Gordo Aníbal para que Héctor Mauré nos haga su íntima y definitiva confesión: “De tanto y tanto quererla / me ha entrado miedo, miedo de perderla”. Escribía sobre esta misión social de los bares de Medellín Orlando Mora por allá en el 86.
Durante los primeros meses de este año Jorge y Bolero Bar se dispusieron a dar fin a una historia longeva de vida nocturna, y en una maratónica despedida, las noches se llenaron de nostalgia y melancolía. Para él en medio de ese volcán de emociones y muestras de cariño estaba claro que a este ciclo le había llegado el momento de cerrarse.
Pero para la ciudad no. En las noches se comenzó a escuchar en medio de las canciones cantadas a coro, en Bolero Bar siempre a coro, el clamor de no permitir su cierre. Cómo cerrar un trozo de ciudad que para tantos significa tanto, que para la vida nocturna de Medellín ha representado tanto. No lo entendían incluso las presencias nuevas que el boca a boca había enterado y que habían llegado para conocerlo y para despedirlo con la misma nostalgia que estaban sintiendo los de siempre.
Y en medio del maremoto de emociones, a ese barco de la noche dispuesto a encallar le llegó un nuevo marinero; uno con la energía y la juventud que en su momento tuvo el capitán mayor que ahora desciende del barco. Y con la poesía propia con la que Bolero Bar escribe las noches, se está escribiendo la historia de su existencia. La persona que decidió subirse a pilotear este barco es su sobrino, un hombre que como él tiene la convicción absoluta de que una ciudad necesita de música, lugares de encuentro y de actividad cultural para sobrevivir de la más bella forma.
Daniel Buitrago quiere larga vida para Bolero, tal y cómo es, tal y cómo está. Los cinco años en los que ha estado al frente de la administración de Teatro Pablo Tobón Uribe le han transmitido sabiduría valiosa para dirigir este escenario decenas de veces más pequeño pero tan comprometido como su colega mayor, y cuyas historias se han cruzado varias veces. La más emblemática quizás, la de la noche en la que Bolero Bar celebró sus 20 años. El Pablo lo acogió, y dispuso su escenario para celebrarlos en la compañía casi improbable de Ligia Mayo, Víctor Hugo Ayala, Jaime R. Echavarría, la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Antioquia, el Grupo Nueva Gente, con el entrañable Milton R. tras el atril y en las butacas una inmensa cofradía de amantes eternos de los boleros y celebrantes de su existencia en el bar.
Ahora este escenario de la vida vuelve a encender sus luces, a desempolvar los discos que Bolero tuvo descansando por años, a tender las mesas y a reabrir el telón a la espontaneidad de las almas. Bolero Bar no desaparece, seguirá navegando la noche y acogiendo escenas de la vida de la ciudad guiado por el agudo instinto que le han dejado los años. Para Jorge y para Daniel, todo la cadencia y compás del bueno en sus destinos boleros.