Morgan Freeman no fue actor desde el principio. Primero fue mecánico de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. La actuación llegó después, cuando viendo películas pensó que él podía hacer eso mismo que los actores que veía a través de la pantalla. Así que se fue a Nueva York y persistió.
Su carrera empezó en el teatro, después en la televisión y el cine lo dejó de último. Trabajó al lado de estrellas como Robert Redford, Paul Newman, Christopher Reeve y Clint Eastwood. Fue paciente, y el turno de ser la estrella llegó después de sus 50 años, con la película Paseando a Miss Daisy. Va sin afán. A sus 65 años consiguió la licencia de piloto.
No ha parado y la suma de proyectos, como actor, productor, narrador y director se acerca a los 133. Si empezó a los 27, es como si hubiera hecho cinco por año.
Serenidad. Eso le sobra a Freeman, el hombre de la voz que tiene tono de trueno y que le ha permitido ser varias veces Dios. Tampoco fue natural, la educó a punta de estudio, y es el preferido de comerciales y de documentales. Freeman es el todopoderoso.
Además de su particular mirada, que define el crítico de cine Samuel Castro como “el gesto sin sobresaltos”.
Siempre buscando papeles que glorifiquen la experiencia humana, el actor Denzel Washington lo describió en los Kennedy Center Honor en 2008 como el maestro “enamorado de la vida y en paz consigo mismo”.¿Cuál es el secreto de su éxito?, le preguntó un periodista mexicano hace varios años. Que tengo los pies en la tierra, dijo Freeman