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Durante casi dos horas, el centro de Medellín se paralizó. Los carros y las motos le tuvieron que bajar a la velocidad y ubicarse detrás de un grupo de nueve trabajadores y trabajadoras informarles que caminaron despacio con sus carretas por varias de las principales vías de la ciudad. Bloquearon las calles, no dejaban pasar a nadie. Se convirtieron en un muro de personas mientras avanzaban. Lo hicieron con un propósito: que la gente y los conductores y la administración municipal se dieran cuenta que ellos y ellas también pueden habitar el espacio público.
Este acto, que tuvo un aire de peregrinación, hizo parte de Desfile de Carrozas, un performance con el que el artista Hebert Rodríguez y las nueve personas que lo acompañaron intentaron cuestionar (y cuestionarse) sobre el cuerpo colectivo y el espacio público, sobre las formas de control y exclusión. Esta propuesta se desarrolló en el marco de los Premios Nacionales de Cultura de la Universidad de Antioquia.
—¿Qué hay detrás de todo?
—Una representación de cómo las personas que trabajan de manera ambulante necesitan usar el cuerpo para poder trabajar, a la vez cómo el cuerpo activa unas preguntas en el espacio. Le apuntó a la decisión administrativa de cerrar algunas plazas, como la Plaza Botero, por ejemplo, para hacer en una especie de limpieza y permitir una clasificación de ciertos ciudadanos que pueden pasar. Están negando que muchas personas puedan trabajar, no se les está permitiendo el libre tránsito.
Así lo describió Rodríguez. El punto de encuentro fue el Parque Bicentenario. En la ruta siguieron por el Pablo Tobón Uribe y la Avenida La Playa. En medio de los pitos y el desespero de los conductores que se quedaron en el trancón, se escuchaba el poema La carga del hombre blanco del escritor inglés Rudyard Kipling que Hebert y Lady, una de las trabajadoras informales que participó, leían por un mégafono.
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Es un poema que critica las dinámicas imperiales. Aunque el original fue escrito desde una individualidad, en este caso fue llevado a lo colectivo:
“Llevamos la carga del Hombre Blanco / Con paciencia para sufrir / Para ocultar la amenaza del terror / Y poner a prueba el orgullo que se ostenta”.
Lady es madre de tres: 12, 14 y 15 años. Es trabajadora informal. Es migrante, de Venezuela, vive en Medellín desde el 2020. En una carreta vende bananos y aguacates en el Parque de las Luces cuando los funcionarios de Espacio Público se lo permiten, cuando no la desalojan. En ese punto está hasta las 7:00 p.m. y después se sube para San Antonio hasta las 11:00 p.m.
—A veces llegan y dicen ‘bueno, bueno, a moverse, camine, camine’, lo tratan a uno como animales.
Que los dejen de tratar como animales fue una de las razones por las que quisieron salir a caminar de forma voluntaria. No había arengas específicas como ocurre en una marcha, pero sí tenía todas las lógicas de una marcha: marcha en el sentido de parar por unos segundos la dinámica de la ciudad. Cuando se acercaron a los puntos de mayor tráfico como la Avenida Oriental o San Juan, la tensión se sentía. Los conductores de las motos pitaban y desesperados les pasaban por los lados, como si los quisieran atropellar o silenciar. El grupo resistía.
Doña Gaby es otra vendedora informal que se unió, trabaja en la calle desde hace 23 años: ha pasado por el Parque Botero, el Parque Bolívar y el Parque de las Luces.
—Quise salir para que reconozcan el trabajo de nosotros y que ante todo nos valoren y respeten. Yo me alejé dos años de la calle, pero regresé porque si no trabajo, no como, todo está muy duro, las ventas han bajado.
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Un elemento clave en este acto artístico fueron las carretas que llevaban encima mandarinas, tinto, ropa y dulces. Carretas como instrumento de trabajo que en este caso permitieron llamar la atención de los transeúntes, quienes volteaban de inmediato la mirada sobre la pequeña manifestación y escuchaban, en medio de tanto ruido, algunos apartes del poema que no pararon de repetir y repetir.
Este performance además atravesó Carabobo, el Parque Berrío e ingresó a la Plaza Botero, donde un grupo de funcionarios de Espacio Público intentó retirarlos. Sin embargo, luego de conversar les permitieron circular. Allí leyeron un par de veces más el poema de Kipling y luego regresaron al Parque Bolívar donde todo finalizó.
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El trabajo liderado por Rodríguez quedó documentado en video y audio, porque fue un acto efímero, una peregrinación que posiblemente no se volverá a repetir en Medellín. Un acto que algunos vieron mientras estaban montados en el carro o la moto, o cuando caminaban por la Oriental o cualquiera de las plazas que recorrió. Un acto que detonó un puñado de preguntas sobre las prácticas de exclusión que se están generalizando bajo la actual administración municipal. ¿Cerrar el espacio público para limpiarlo? Una decisión que no tiene ningún efecto.
PARA SABER MÁS
La propuesta de Hebert Rodríguez fue una de las siete finalistas de la tercera convocatoria del Premio Nacional de Artes Performativas, en el marco de los 55 Premios Nacionales de Cultura Universidad de Antioquia. Estos montajes en espacios públicos de la ciudad se desarrollaron los días 27 y 28 de septiembre en distintos lugares como Feria de Ganados, estaciones Parque Berrío y Acevedo del Metro, Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo, Casa Barrientos y el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe. En la lista de artistas que mostraron sus propuestas figuran: Pablo González (Llanos Orientales) con Manifestaciones para un cuerpo degallado; Vadum del Colectivo El Cuerpo Habla (Medellín); Una ópera sin aliento de Mónica Restrepo (Cali); Nadia Granados (Bogotá) con Un paseo; Eusebio Siosi (Riohacha, Guajira) con A’imajushi - Protegido, y Nathaly Rubio (Bogotá) con Requiem por 1985.
Periodista. Hago preguntas para entender la realidad. Curioso, muy curioso. Creo en el poder de las historias para intentar comprender la vida.