Es un lugar solo para ellas. Están juntas: unas al frente, otras atrás, al lado, diagonal. Donde mire. Al lado están los países y al otro los más jóvenes. Antes de este año las editoriales independientes ni se veían, andaban dispersas entre otras más grandes, nada parecidas.
Tienen, por primera vez, un espacio exclusivo en la Feria Internacional del Libro de Bogotá: un pabellón de editoriales independientes. Así se llama. El número es el 17.
Sandra Pulido, directora de la Filbo, explica que cuando llegó a su cargo había muchas críticas sobre la geografía de la feria, y que había que buscar mejorar la experiencia.
El año pasado se quedó con la idea de armar un pabellón internacional “a la altura de los países”, al igual que uno para las independientes. Después de conversaciones, un comité, análisis del espacio, pensar el 17 para los que venían de afuera, otros cambios en Corferias, finalmente lo lograron: había metros libres justo al lado para que estas colombianas quedaran juntas.
Para la directora ha sido un cambio que se nota (antes había allí juguetes), en el que les dan más visibilidad, además que pueden cuidar más sus estands, ponerlos muy a su estilo, como les gusta. Comenta ella, están jugando al mismo nivel y, finalmente, “la unión hace la fuerza”.
¿Y qué tal les va?
Ahí están los libros hechos a mano, los que además de llevar adentro unas letras, son un objeto cuidado, distinto a veces, raro en otras, de autores que apenas empiezan, de otros que ya llevan un camino, o esos en los que las ilustraciones cuentan. Unos que no tienen mucho tiraje, que son más para unos pocos. Y así. Un trabajo diferente, menos comercial, más pequeño.
Para Lucía Donadío, editora de Sílaba, independiente de Medellín, este es un espacio más amplio, que les ayuda a mostrarse, a conocerse entre ellos, saber qué están haciendo sus colegas.
Lo describe como un barrio en el que está descubriendo a sus vecinos. Es, precisa, visibilidad en conjunto, y por eso lo ve positivo.
En eso coincide Santiago Pinzón, editor de Poklonka, y que está en un estand que se llama Cuarenta y nueve, que reúne a siete editoriales bogotanas. Se nombraron así porque, entre todas, suman esa cantidad de libros. Se encontraron, dice, por una necesidad de distribución, un tema económico y afinidad.
Le gusta que con el espacio se puedan desmarcar de las comerciales y que, al estar juntas, la relevancia sea en conjunto.