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El argentino Martín Pons parece haber nacido para ser payaso. En su cara está instalada permanentemente la risa. Su rubia cabellera en rizos, que se mueve con cada gesto suyo, con cada movimiento de cabeza con el que refuerza sus palabras, le evita tener que usar una vistosa peluca de cómico. En otras palabras, su cuerpo le vino a la medida a su oficio de comediante.
Cuatro años y medio en el Circo del Sol le abren las puertas dondequiera vaya. Ahora, cuando tiene un espectáculo propio, en el que es el clown principal, recoge esa cosecha, la del fogueo permanente de presentarse ante públicos diversos del mundo.
Su formación básica es en fonomímica. Y el espectáculo que representa, Ensueño de Martini, está cimentado en la fonomímica, aunque también en el arte clown. Es un teatro gestual en el que el personaje central, un viajero algo despistado, por echar un sueñecito corto, pierde su maleta. Lo demás, es el drama por encontrarla, entre decenas de situaciones simpáticas, algo grotescas, porque recurre a las máscaras, y absurda porque hay espacio para lo irracional.
Sin embargo, cuando no está en escena, es de una locuacidad desaforada. —Eso es regla general de todos los mimos del mundo—. Dice, sentado en un mullido sofá, en el camerino, antes de vestirse y maquillarse para salir a escena. Y revela que, de niño, jamás hubiera creído que se haría artista de escenario. Era muy tímido. De modo que se inició, más bien, por las artes plásticas. Fue solo en el colegio, en un lugar cercano a la capital de su país, que algunos maestros hicieron un ejercicio grupal y tras verlo actuar, le dijeron que lo suyo tenía que ser el arte clown.
Ingresó a la escuela del arte de la mímica de Roberto Escobar e Igón Lechundi, donde estudió por tres años y luego permaneció otros tres en el espectáculo de esos dos pioneros de la pantomima en América Latina. Después se formó como clown y, comenta, la escuela más exigente la tuvo cuando hacía parte del Parque de la Costa, “una especie de Disney, a la suramericana”, donde “sobreviví 10 años”.
—¿Cómo que sobrevivió? —Le pregunto.
—Lo que iba a ser un trabajo de tres meses se prolongó por diez años. Y digo sobrevivir, porque en ese tiempo, el país sufrió una crisis económica importante, y la parte artística fue la que más se desmoronó. A fuerza de tesón e ingenio, montábamos espectáculos que lograban seducir al público.
—¿Eran espectáculos de teatro gestual y silencioso?
—No. Desde que salí del lado de mis maestros, me rebelé contra la no palabra y comencé a insertar algunas, muy pocas, palabras en mis montajes.
Era el final del siglo XX y Martin Pons participó en una convocatoria del Circo del Sol (Cirque du Soleil). En 1999 hizo su primer casting para ingresar. El segundo sucedió seis años después. En 2006, cuando creía que jamás haría parte de este colectivo canadiense, este arribó a Buenos Aires y Martin, como cualquier fulano de tal fue a verlo. Se llevó una gran sorpresa cuando vio en escena al personaje para el que había hecho la prueba.
Debió esperar un poco más para que lo llamaran. Y en esa compañía giró por el mundo presentando un personaje, con una interpretación rígida, sin poderle poner el sello personal más que en esa indefinible circunstancia de los seres humanos somos distintos y, por consiguiente, los artistas también.
—¿Dónde fue su debut con el Circo del Sol?
—Fue en Oklahoma. Déjame que te cuente: yo le salí al toro... ¿Sabés qué es salirle al toro? Así le decimos a un debut súbito, Estaba previsto que debutaría cinco días después, pero el director me dijo: salís ya. Y salí a escena. Ese día fue adrenalina pura. Fue salir a un mundo nuevo...
Por un tiempo representó un papel integrado a otros, sin mucho protagonismo. Después, un unipersonal tan importante que debía permanecer solo, en escena, durante quince minutos...
—¿Qué aprendió Martín Pons en el Circo del Sol?
—Fue un premio a mi carrera, como una medalla que impuso la vida por lo hecho hasta ese momento. Y más que aprender, corroboré muchas cosas. Y si ingresé soñando con ser un día el director de ese espectáculo, después, allá mismo, fui soñando con crear mi propia compañía. Este espectáculo con el que vine a Colombia, Ensueño de Martini, comencé a soñarlo desde 2010. Salí del Circo en 2013.
Y en este espectáculo, Martin Pons unió muchas de sus facetas de artista: la plástica, el clown, la fonomímica y también el teatro.
Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros. Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa.