La filósofa, escritora y docente, quien falleció el domingo pasado en Medellín, hizo de su vida una obra. Su pensamiento lo compartió en el sector educativo, público, en organizaciones sociales y empresariales. Sus ideas alrededor de la ética y la universidad fueron llevadas a la acción, en reflexiones que giraban alrededor de la construcción de una sociedad mejor.
Fue profesora de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), de Eafit y la de Antioquia (U. de A.). En esta última fue decana del Instituto y la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas y dirigió el Museo Universitario. Perteneció a las juntas directivas de Eafit, Proantioquia, EPM, la Fundación Bancolombia y el Centro de Fe y Culturas.
Para recordarla, estas son algunas de sus enseñanzas.
Moral y acción
Beatriz Restrepo Gallego dedicó su trabajo a la reflexión sobre la ética y la educación como medios para la resolución de conflictos, explica Eufrasio Guzmán, profesor y filósofo de la U. de A. Según el docente, ella “perseguía una idea de justicia social que se centraba en la no violencia y el diálogo como fin último”.
En 2013, en medio de los diálogo de paz en La Habana entre el Gobierno y las Farc, dio una conferencia para la Corporación Región en la que reflexionó sobre las posiciones a favor y en contra del proceso. La pensadora puso la justicia y la paz por encima de cualquier postura política.
Por su parte, Jorge Antonio Mejía, decano del Instituto de Filosofía de la U. de A., explica que entendió la ética no a través de una lista de preceptos –denominada en filosofía como casuística– sino como una ética reflexiva. Esto es, para Mejía, “la aplicación de la razón para tomar decisiones y que estas favorezcan a un mayor número de personas sin que violen los derechos y principios de la humanidad”.
Educación
En su libro Reflexiones sobre educación, ética y política, la profesora Beatriz defendió la Universidad como la institución que necesita Colombia para llegar a esa justicia y superar esa “sociedad debilitada moralmente”, que ha perdido valores esenciales como el respeto y la tolerancia.
La Universidad era, para ella, el modelo para reconstruir esas “grietas del sistema moral” (entendida como comportamientos, leyes y acciones) de la sociedad. Cualquier ciudadano formado allí, decía, tendría competencias para alcanzar la justicia social.
Según el profesor Guzmán, “entendía por educación no solo leer o escribir, implicaba una alfabetización política, que los individuos tuvieran información básica para participar en los procesos democráticos”.
Convicciones
Fue una fiel creyente. El profesor Guzmán la define como una cristiana esencial, no una persona que “iba a misa” sino que llegaba a acciones. “El sujeto moral que defendía era el amor al prójimo, como la parábola del buen samaritano”, dice Rubén Fernández Andrade, subdirector del Centro de Fe y Culturas.
Judith Nieto, alumna y autora de una semblanza reciente sobre ella, recuerda que la manera como le hacía ver al estudiante los puntos a favor y en contra de los argumentos venían cargados con la misma generosidad. “Nunca vi a una Beatriz ofuscada en clase. Insistía en escuchar al otro. La palabra del prójimo tenía una validez tan esencial como la dignidad humana”.
Sus reflexiones, conferencias y pensamientos, según quienes la siguieron, hicieron escuela. “Deja a su paso alumnos agradecidos y siempre interesados en continuar su tarea, en acudir a su sabiduría, a su ejemplo de generosidad y sed de conocimiento”, dijo ayer Jorge Londoño de la Cuesta, gerente de EPM, en una carta de despedida a la maestra.
En palabras de Judith Nieto, Beatriz honró la palabra magisterio: educó y orientó.