P ara Tomás Bedoya, escribir es “como estar en otro planeta”. Él tiene 12 años y acaba de publicar su primer libro, Al otro lado del sol. A Jennifer Paola Uriana, escritora wayúu de 10 años, la inspira la naturaleza, el paisaje de su Guajira natal: “Me gusta escribir sobre el agua, los animales, relatar y contar los pensamientos que me vienen a la cabeza”. Acaba de publicar su libro La casa del señor búho y tiene dos cuentos más listos.
Los dos conversaron en la Fiesta del Libro y la Cultura, que termina hoy, y hablaron de ese viaje inesperado de publicar en la infancia, todo un trayecto en el que la familia y la escuela juegan un papel fundamental.
Alina Tobón, madre de Tomás, cuenta que generalmente los adultos son los que escriben para los niños y “en los colegios hacen eventos motivándolos a escribir, pero eso se queda ahí. En nuestro caso, alguien que trabajaba en una editorial leyó el cuento de Tomás y me dijo que era digno de publicar, pero fue una casualidad de la vida”.
Para la familia de Jennifer fue un proceso particular, cuenta su tía Luzmila Uriana. “En la cultura wayúu somos un poco tímidos y que ella hubiera entrado en los talleres para escritores y pudiera hacer este libro es toda una experiencia. Su proceso de aprender escribiendo ha sido bastante enriquecedor”.
El cuento de Jennifer hace parte de Palabreritos, un emprendimiento cultural étnico que nace en el Resguardo Indígena de Provincial/Barracas/Guajira y que reúne escrituras creativas de niños wayúu combinadas con narraciones de tradición oral de sabedores, ouutsü (médico guiado por el espíritu), abuelos y autoridades tradicionales.
La escritora argentina Lucía Vargas Caparroz, quien moderó la conversación con Tomás y Jennifer, comenta que el potencial escritor del futuro usualmente “es picado por el bichito de la curiosidad por empezar a contar historias desde niño”.
Cuando a ella le preguntan en qué momento inició, viene a su mente esa profesora de Literatura que en la primaria leyó uno de sus textos de tarea y le preguntó: “¿Esto lo escribiste vos o lo copiaste de algún lado? Al principio me sentí triste porque pensé que estaba mal escrito, pero ella me dijo que era muy bueno y me animó a seguir escribiendo. Por eso considero tan importante que apoyemos y confiemos en estos niños que están comenzando y tienen toda la energía de escribir”.
Escuchar a los niños
Cuenta Diana Londoño, de la biblioteca La Casita Rural, ubicada en el municipio de San Vicente, Oriente de Antioquia, en la vereda La Porquera, un proyecto que ha acercado a los niños a la escritura y que el resultado incluye dos libros de cuentos escritos por varios chicos, “que detrás de las publicaciones en las que escriben hay una necesidad de que sean escuchados. Los adultos tendemos a restarle importancia a lo que dicen, pero ellos todo lo ven y perciben las cosas de una manera muy potente. Entonces queremos que sean ellos los que nos cuenten las historias, los que nos narren el mundo y que nos confronten con eso, con su forma de ver las cosas”.
Justo el mensaje de Jennifer y Tomás fue fuerte, al mencionar el cuidado de los recursos naturales y del medio ambiente. Él, con sus textos desde el espacio, en el que ve todo lo que pasa en la tierra, y ella parada en su terruño y viendo como se maltrata el planeta. “El agua tiene que estar en todas partes, hasta en los cuentos”, dijo Tomás, a lo que Jennifer anotó que tiene dos relatos más que incluyen este recurso.
Tomás precisa que siempre tuvo la idea de que solo los adultos escribían para niños, pero con su experiencia se dio cuenta de que él podía escribirle a su generación.
Londoño añade que con los ejercicios que han hecho con La Casita rural se busca romper con la barrera que se ha construido alrededor de la literatura infantil, “nosotros no escribimos libros para niños, nosotros escribimos con niños y para todo el mundo. Insisto, es como darles una plataforma para que sean escuchados”.
El ejercicio conjunto
Con el libro Silvestre fueron ocho los escritores que se lanzaron a mostrar su trabajo, “Ellos mismos decidieron que Silvestre sería una niña y que representaba la voz de todos. Esa niña va a la escuela, hace las tareas, da pellizcos, patadas, pide perdón, habla de la amistad. Dice frases bastante duras que reflejan la dureza del entorno para la infancia. Hacer el libro fue un proceso muy bonito ”.
Luzmila Uriana explica que el ejercicio que hacen con los niños wayúu es que cada vez que salen al campo, ellos se inspiran con lo que ven a su alrededor, “pasa una mariposa y en seguida le sacan una historia, no sé cómo lo hacen pero solamente hay que verlos, son inspiradores”.
Ver materializadas sus palabras en un libro es muy emocionante para ellos. Tomás fue muy sincero al contar que “nunca esperé que saliera el cuento y cuando tuve el libro en mis manos fui muy feliz”. Y Londoño describe que en realidad “no alcanzamos a dimensionar todo lo que algo tan simple como hacer un libro ha significado para ellos”.
Jennifer expresó que además de ser una gran escritora quiere enseñar, especialmente a los niños de su región, la importancia de leer y escribir. Tomás también quisiera sacar más libros, pero “eso se irá viendo en el transcurso de mi vida. Hoy no puedo decir si en 10 o 20 años seré escritor”.
Diana Londoño precisó que este año no hay nuevo libro de La Casita rural, pero que llevan varios meses trabajando en talleres de escritura, “en veredas del Carmen de Viboral, quizá para planear otro libro para 2020”.
Hoy es para Tomás la vida en el planeta Celeste y para Jennifer un árbol que cantaba alegremente. Historias que empiezan cuando han pasado muy pocos años.