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A Sara Kramer las recomendaciones le llegan por todos lados, así no pareciera. Su labor es buscar y rescatar textos, quizá poco conocidos, que alguna vez fueron publicados pero que ya es muy difícil encontrar en las librerías estadounidenses. Su voto de confianza es darles una segunda oportunidad e imprimir esas palabras en nuevas páginas, que puedan llegar a las manos de una nueva generación de públicos distintos.
Kramer dirige la serie de Clásicos en la editorial New York Review of Books (NYRB) y estuvo de visita en la Fiesta del Libro este año. Cuando ciertas personas conocen a lo que se dedica, de inmediato se preguntan si algún día se le acabará el trabajo, pero no parece mostrar señas de extinguirse pronto. Algunos títulos se los susurra un librero conocedor, otros algún amigo y también están ciertos libros con los que se topa hasta en páginas web que poco tendrían que ver con literatura. Así se la pasa, entre un montón de libros, viejos o usados que de repente aparecen en cualquier contexto, esperando que alguien, como ella, les de otra leída. Libros de latinoamericanos como Roberto Arlt y Silvina Ocampo hacen parte de su catálogo.
Para ella es difícil explicar cómo es que llega a ciertos textos: “el instinto es inefable”, dice. “Es como preguntar, ¿Por qué te enamoras de una persona? ¿Por qué este es el libro con el que te conectas? Para mí, esos libros son voces que usualmente no están presentes en la conversación actual”.
Se encontró con uno que ahora es de sus favoritos, The One Straw Revolution escrito por el agricultor japonés Masanobu Fukuoka, en la página web de una artista plástica. Fue publicado en 1978 originalmente y luego en 2009 por el NYRB Classics. “Su visión y su acercamiento a ese mundo es inusual”, precisa.
También habla de uno llamado Talk, que inicialmente se publicó a finales de los 60 y es un texto basado en una serie de grabaciones de las conversaciones que sostenían tres amigos. “Esta clase de intimidad e inmediación sno se ve a menudo. En cada caso se trae algo honesto y no muy explorado de vuelta a la vida de los lectores”, expresa la editora.
Su labor de búsqueda y rescate tiene historia. La revista New York Review of Books arrancó en 1963, pero fue hasta los años 80 que persiguió ser pionera en una idea que hasta ese momento no era común. La NYRB quiso recomendar los mejores 40.000 títulos impresos en ese momento y para lograrlo publicó una revista de 2.000 páginas que parecía más un gordo directorio telefónico.
Allí, la gente podía buscar libros que estaban categorizados por temáticas y acudir a esas recomendaciones. Se podía consultar cuáles eran los mejores libros en teatro, jardinería, ficción, literatura latinoamericana, ciencia y era posible pedir esos textos por domicilio. “En ese momento no había enormes librerías y tampoco existía Amazon. Quería ser como Amazon, antes de Amazon”, destaca Kramer.
Aunque la idea era novedosa, había un problema, la revista no podía destacar aquellos libros que no tuvieran una edición impresa en Estados Unidos porque entonces no se los podrían enviar a los compradores. “Entonces terminabas con una lista de recomendaciones que no era tan buena”, cuenta la editora.
La solución fue hacer sus propias ediciones de los libros que no lograban encontrar en ese país, y en inglés, para que más personas tuvieran acceso a ellos. Querían llenar un hueco en el mercado, el que dejaban esos libros que ya las grandes editoriales no estaban interesadas en vender pero que el público quizá querría conocer. Se aventuraron a suplir esa necesidad por su cuenta en 1999.
Hace poco más de 20 años, Kramer, una literata recién salida de la universidad, trabajó en la segunda edición de ese catálogo de libros recomendados e hizo parte de esa transición hacia la publicación de los tesoros perdidos. Empezó realizando un montón de trabajos, algunos más operativos y otros más literarios, pero con el tiempo llegó a convertirse en editora. Ahora es una buscadora profesional de esos tesoros.
Uno de los libros que publicó y más recomienda es Basic Black with Pearls de Helen Weinzweig. Una amiga se lo sugirió, la editora leyó dos capítulos y se enamoró. De inmediato supo que tenía que publicarlo.
“Cuando oigo que alguien me dice que leyó ese libro y le encantó, que no paró de leerlo... No hay un mejor sentimiento. Quizá el primero sea escribir tu propio libro y que a la gente le guste, pero este es el segundo mejor sentimiento”, añade.
Por su parte, se abstiene de ser escritora. Se apega a la idea de que si uno puede resistirse a hacer algo que ya mucha gente está haciendo, es la mejor opción. Tiene claro que su trabajo está tras las letras de otras personas, detrás de páginas olvidadas y renovadas. Así le gusta. Está siempre con los ojos bien abiertos para recibir, en cualquier momento, otra buena historia que merezca volver a ser publicada con un instinto que solo se desarrolla siendo un incansable lector.