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En Altavista, todo aquel que sube o baja por la serpenteante carretera tiene qué ver con la mujer que amamanta desnuda a su bebé.
También, con ese hombre de barba rala que la acaricia, mientras camina en medias por sus piernas dobladas.
Ella es Madre Antioquia, una escultura hecha aprovechando el material de la barranca. Es decir, es un geoglifo que se formó para cambiar el paisaje de cordillera con su presencia o, mejor, para integrarse a él que también es el de una madre, la tierra. Y para convertirse en símbolo del cambio cultural de Altavista, corregimiento que dejó atrás tiempos de hostilidad para cabalgar el camino de la integración comunitaria.
Y ese tipo atlético, de barba rala, que mira la vida a través de unas gafas semioscuras es Carlos Andrés Gómez, un caleño que inspira energía e irradia simpatía a todo el mundo. En su acento se le sale el oís y el mira vé.
“Parece que fuera de verdad”, dice, en voz baja, sin detenerse, Rosalbina Correa, una mujer mayor, quien regala una amplia mirada y una generosa sonrisa a Madre Antioquia. No con la intención de que el escultor la escuche, pues ella pasa por la acera contraria, llevando en sus manos dos bolsas de víveres y parece hablar para sí misma. Solo puede escucharla quien esté ahí, bajo la cicatera sombra de un arbusto. Manchas, la perra parda que se ha hecho fiel amiga del artista, debe haberla escuchado. Se adormece bajo el Sol del mediodía, un ojo a medio abrir y súbitas sacudidas de piel como corrientazos eléctricos cada que una mosca osa posarse en su piel.
A esta hora, Carlos Andrés esparce con una brocha un pigmento rojo por el cuerpo de esa mujer de tierra de ocho metros —cuatro, sentada como está—, se detiene en las fosas nasales y uno llega a creer que ella se va a reír por el escozor.
“El pigmento rojo —explica el artista— se debe a que en esta zona celebran el barro, es una tierra de ladrilleras, y me solicitaron que la figura fuera enteramente roja, color de ese recurso de la Naturaleza”.
La primera escultura que realiza fuera de la Sultana del Valle no pudo ser modelada directamente en la barranca, porque era arenosa y deleznable. Usó la tierra del talud para mezclarla con cemento y otros aglutinantes. Posee el aspecto terroso que caraterizan sus obras y permite esperar su durabilidad.
“¡Qué bendición la que nos regalaron!”, exclama para dos amigos un hombre viejo al pasar cuesta abajo.