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La leyenda salsera se cuenta antes y después de Juan Azarías Pacheco Kiniping, más conocido como Johnny Pacheco, fallecido el pasado 15 de febrero.
Ese cabello blanco que lució hasta sus últimos días fue un sinónimo de la sabiduría musical que le permitió partir la historia de los ritmos afro-latinos en dos partes. Fue él quien supo darle forma a la Fania y reunir a esa constelación de estrellas que le cantaron al barrio, a la vida.
A los 25 años, en 1960, fundó en Nueva York, Estados Unidos, su propia agrupación y la bautizó Pacheco y su Charanga. De allí se desprendió su primer álbum, que vendió 100.000 copias y se convirtió en la producción latina más exitosa del momento cuando el mercado era dominado por la música anglo.
Pese a ser dominicano, siempre tuvo inclinación por la música cubana, teniendo en cuenta que creció escuchándola en la radio gracias a su padre, Rafael Azarías Pacheco, también músico y líder de la Orquesta Santa Cecilia, donde interpretaba el clarinete.
Con su primer conjunto, Johnny –precisamente– tocaba charangas que para ese momento, tal como lo narra Diego Aranda, coleccionista y generador de contenido en Latina Stereo, estaban teniendo buena aceptación. Antes de dar ese paso, Pacheco había hecho parte de otras bandas como el quinteto de Lou Pérez y Charanga la Duboney, insumos que más adelante le servirían para imprimirle un toque propio a sus composiciones.
De acuerdo con Aranda, cuando Johnny se sintió cansado de Alegre Records, casa discográfica que representaba al grupo, decidió marcharse y en 1963 conoció al empresario Jerry Masucci. Junto a él fue que le dio forma al sello disquero Fania, que años más adelante revolucionaría la industria de la música latina. Más adelante, en 1970, dos de sus figuras, Richie Ray & Bobby Cruz, bautizarían ese género: llegaba la salsa.
A partir de 1963 llegó un punto de inflexión en la carrera de Pacheco porque –tal como lo apunta el coleccionista– el maestro abandonó los violines de la charanga e incluyó trompetas en el álbum Cañonazo (1964) que evocaba la esencia de la Sonora Matancera.
Entonces, comenzó a complacer su inquietud por difundir los ritmos afro-latinos que traía de Cuba. “Pero no se trataba simplemente de darle una transcripción al son, sino de darle un matiz combinando con todo lo que se escuchaba en la Gran Manzana”, detalla el experto.
Con el “nuevo tumbao” empezó a llamar la atención y a abrirle un lugar a esos sonidos entre el público neoyorquino. Sin embargo –narra Aranda– “Jerri Masucci quería más y quería acoger a otros artistas en el nuevo sello. Él quería algo grande para sobrepasar a las demás disqueras que estaban imperando e irónicamente, años después, terminaría por absorber”.
Rodando por los clubes nocturnos, especialmente en Queens, muestra su faceta como reclutador de músicos virtuosos y “firma a Larry Harlow, Ray Barretto e Ismael Miranda, quien fuera el primer solista de la naciente disquera”, subrayó el historiador musical.
“Así –continúa el relato– se encuentra con un tipo de calle llamado Willie Colón y lo juntan con un vocalista muy joven llegado de Puerto Rico, un tal Héctor Lavoe, dúo que dejó una huella indeleble”.
En 1968, el maestro causó un primer impacto reuniendo al combo en el salón The Red Garter. Con el tiempo todo seguiría en subida. Hicieron bailar al público en el club Cheetah, un 26 de agosto de 1971, y “el apoyo que tuvieron de León Gast para producir la película Nuestra Cosa Latina (Our Latin Thing en inglés) le dio el empuje a esta agrupación y la convirtió en un fenómeno de masas”.
“Johnny Pacheco era la esencia del guaguancó, y sin él, no hubiera pasado lo que pasó con la salsa en el mundo”, destacó Édgar Berrío, organizador de las Leyendas Vivas de la Salsa en Medellín.
Enfatizó que, sin el sello de Fania, que contaba con la genialidad de Johnny como productor musical, y sin el músculo financiero de esta disquera, el género no habría podido traspasar las fronteras. Es por eso que el maestro tiene un lugar tan alto en el panteón de las ‘divinidades’ salseras