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“Que lo cortés no quita lo valiente” es un viejo aforismo que se puede aplicar al crecimiento folclórico de un par de hermanos, quienes pese haber nacido en las entrañas de la pobreza, superaron con creces las barreras de la escasez, para impulsar una visión progresista que terminó subiéndolos al pódium de los preferidos, sin la mácula de olvidar sus raíces.
La historia de Tomás Alfonso, ‘Poncho’, y Emiliano Zuleta Díaz se remonta al nacimiento en un hogar en la Sierra Montaña de Villanueva, La Guajira, donde el talento y las buenas costumbres de sus padres marcaron una herencia que nunca se ha borrado de su memoria, tal como una vez lo cantó Alfonso en ‘La Herencia’, su primer tema grabado.
“La gran herencia que me han dejado nunca se borra de mi memoria y tiene que recibir su pago, aquí en la tierra o allá en la Gloria, por eso mientras viva Emiliano, tiene mi respaldo a toda hora”.
Con ese agradecimiento crecieron, sin los lujos que les permitiera, por lo menos, asomarse a un pesebre navideño, pero tenían impregnada una identidad musical que les fue marcando un derrotero cadencioso, que hizo de la familia el clan con los genes más distinguidos en materia de intérpretes del vallenato.
Cuando adquirieron su estatus social y económico jamás se olvidaron de los pobres y tampoco de sus orígenes. En el caso de Poncho, siempre menciona a Urumita, a El Plan, a Villanueva, donde se forjaron”, manifestó el periodista y escritor William Rosado Rincones.
Emilianito, como hijo mayor, tuvo la responsabilidad de liderar la “camada de muchachitos” que el amor desenfrenado de sus padres, Emiliano Zuleta Baquero y Carmen Díaz, traían al mundo casi cada 365 días. A él se los encargaban en la parcela en que vivían en la Sierra Montaña, cada vez que sus progenitores bajaban al pueblo.
Ese sello de adalid también lo tomó musicalmente, y fue el encargado, con la confianza en sus notas, de promover un grupo, que, si bien se ceñía a las enseñanzas de su padre acordeonero, llevaba en el pensamiento el rótulo revolucionario hacia la conquista de mercados diferentes al patio de su abuela, Sara Baquero, y de las eternas parrandas en las que los únicos incentivos eran los tragos de ron y los buenos sancochos.
Con el paso de los años exploró sus dotes de compositor, cantante y acordeonero, tras apoderarse sin permiso de un instrumento de su tío Francisco Baquero. La Vieja Sara se opuso a su intención y lo mandó a estudiar a la ciudad, desde donde reclutó a su hermano ‘Poncho’ Zuleta, quien ejecutaba la caja y la guacharaca.
Iniciaron entonces su recorrido y en 1969 grabaron el disco Cuando el tigre está en la cueva. Desde entonces ‘Poncho’ en el canto y Emiliano en el acordeón y en la composición, deleitaron a los amantes del vallenato con Mis Preferidas, La Cita, Mi Canto Sentimental, Río Crecido, Río Seco, El Reencuentro, Ídolos, Los Maestros, Dos Estrellas, El Cóndor Legendario, Tierra de Cantores, Dinastía y Folclor, Volumen 12, Pa’ toda la vida, Volumen 15, Por Ella, El Vallenato Nobel, 039, Con mi Acordeón, Los Mejores Años, El Zuletazo, Las Mañanitas de Invierno, Las Tardes de Verano, El Girasol, Zuleta 95, Siempre Vallenato, Nobleza y Folclor, La Trampa, Los Juglares, La Sangre Llama, Cantaré, Por Siempre, Cien Días de Bohemia y Colombia Canta Vallenato.
Pese a que la música y el amor de hermanos los une, las personalidades los diferencian. “Él es coqueto (risas). Tenemos temperamentos diferentes, mientras que soy tan dado a la gente que no puedo estar solo, él es muy recogido en su casa, quieto, parrandea menos que yo. Fíjese que inicialmente no aceptó el homenaje del Festival Vallenato. Luego fui yo el que lo convenció”, explicó ‘Poncho’ Zuleta.
Al músico le molesta el protocolo, es apático a las exaltaciones y no es dado a responder entrevistas, tal como lo comprobamos en varios intentos. A veces malgeniado, como lo interpretó Tomás Alfonso en la canción ‘La sangre llama’: “Nos criamos junticos, hermanitos del alma, él a veces contento y por cualquier bobada rabioso; entonces me busca o lo busco yo a él. ¿Por qué?, porque la sangre llama”.
Unidos o separados, siempre han sido Los Hermanos Zuleta, dos personas distintas pero que siempre desembocan en la condición heredada del servicio a la gente, el desprendimiento, la chispa y el humor que destornilla la amargura de los que estén en su mundo.
Elogios a estos hermanos que pelean y se reconcilian con la misma rapidez y frecuencia de los pitos y los bajos, quienes, desde el balcón de la fama, siguen viendo las luces con la misma humildad con la que miraban los destellos navideños de Villanueva, ‘encaramaos’ en el cerro Pintao, con su mamá, Carmen Díaz, mientras El viejo Mile se ‘embojotaba’ en piquería limpia con su amigo de siempre, Lorenzo Morales.