De muchas historias, parece establecerse una versión oficial. Una que ha dado el tiempo o una investigación que ha hurgado por tantos lados como ha sido posible. Finalmente, la perspectiva suelen darla los años, un consenso tácito y lo que otorga la distancia.
Sobre la violencia en Medellín se ha dicho y se ha escrito mucho. La autora Natalia Maya no quería que en su primer libro, Los otros siempre tienen la razón, fuera otra de esas historias que narran a los pillos y narcos, que salieron en portadas por ese altísimo nivel de daño que tuvieron sus acciones.
Maya creció en la ciudad de los ochenta. Tenía claro que los cuentos que sucedieran allí no tenían que ser sobre esos personas cuyo nombre tienen sus habitantes en la cabeza. Actos de corrupción y podredumbre corrían hasta en lo más pequeño, contaminándolo todo. En el colegio, por ejemplo, se sintió ajena a ese mundo, no encajaba (ni le interesaba) entrar en combos de jóvenes que perseguían riquezas con los mínimos esfuerzos.
Como la protagonista del primer cuento, “A los diez minutos se conoce al personaje”, no se dejaba descrestar por la opulencia. El caso de muchos de sus compañeros era diferente. Los miraba desde la perspectiva de “la mujer que no era bonita, que no estaba buena”, pero que iba entendiendo cómo se enlazaban los cabos en esa cultura narco.
Cree que cuando llegó el narcotráfico muchos se hicieron los de la vista gorda y que ese dinero ilegal empezó a encontrar por dónde meterse. “No creo que esas economías se hayan acabado, son las bacrim ahora que tienen otras organizaciones –señala–. Esto sigue sucediendo en esta ciudad, lo que pasa es que se ha ido camuflando con otros nombres”. Sus relatos dan cuenta “de pequeños momentos, de esos que fueron (o son) más frecuentes de lo que se piensa y hablan de un contexto mucho más profundo que el de una única acción”.