En 1928, el gobierno colombiano ordenó al ejército ajusticiar a los jornaleros que trabajaban en los campos de bananos de Ciénaga, Magdalena, de la United Fruit Company. Los trabajadores se habían declarado en huelga por las malas condiciones laborales y el gobierno acudió a la fuerza para terminar la sublevación, lo que concluyó en un número indefinido de muertos.
Los reportes oficiales empezaron con 9 fallecidos, pasaron a 47, pero García Márquez, en Cien años de soledad dice que fueron 3.000. Luego se pudo leer en un documento desclasificado de la embajada de Estados Unidos en Bogotá que “el número total de huelguistas muertos superó el millar”, aunque los trabajadores manifestándose eran alrededor de 5.000, según el periodista Óscar Alarcón.
Con ese telón de fondo, Álvaro Cepeda Samudio contó la historia de una familia que habita en la finca La Gabriela, cuyo destino se verá marcado por el acontecimiento histórico. El resultado es La casa grade (1962), la única novela de este autor barranquillero, considerada una innovación en su momento, pues el escritor incorporó nuevas técnicas narrativas y recogió las influencias de los estadounidenses que inspiraron el boom latinoamericano como William Faulkner.
De ahí que el montaje del Teatro Matacandelas sobre esta obra, y que empieza temporada hoy, no sea lineal. “El libro es absolutamente experimental, revolucionario formalmente hablando en Colombia”, explica el director Cristóbal Peláez.
Capas de complejidad
“No se puede contar todo el libro en hora y cuarto”, tiempo que dura la obra, dice Samuel Marroquín, un actor que lleva en el Matacandelas desde 2016 y siente una gran responsabilidad al ser uno de los más jóvenes del reparto.
“Vi la obra en su primera versión y me gustó mucho, entonces siento el reto de llegar al mismo nivel de entonces y me enfrento a su complejidad”. Su personaje lo hacía Diego Sánchez, quien falleció en 2018 y la obra no se había presentado desde entonces. Samuel tiene el papel de “El hijo”, el único hombre de la casa que se rebela ante el padre y se va a protestar con los huelguistas, también es el encargado de llevar el hilo conductor a través de la música, por su afición al piano.
Otra capa de complejidad la agrega el hecho de que la novela no sea la única fuente en la que se basa el montaje, la actriz Margarita María Betancur, que trabajó en su desarrollo, comparte que estuvieron asesorados por Alberto Castrillón, autor de los libros 120 días bajo el terror militar y 1928, sobre el hecho histórico.
Se documentaron con las intervenciones en el congreso de Jorge Eliécer Gaitán, que habló en favor de los derechos de los trabajadores en la época, estudiaron tesis de grado y viajaron a Ciénaga, donde estuvieron conversando con fuentes primarias. “La casa grande es el pivote sobre el cual se crea un edificio con mucha información”.
Aunque la estructura sigue siendo la misma, la mirada del director y los nuevos actores le dan unos aires diferentes, además de algunos agregados en el guion. Esa pertinencia continua en el tiempo resulta dolorosa para el elenco, pues significa que no ha cambiado la necesidad del mensaje, que no solo el panorama colombiano es el mismo de cuando se montó la obra, en 2015, sino que es muy similar al que se vivió en ese momento de la historia, en 1928.
John Fernando Ospina, que interpreta a “El padre” y también está en La casa grande desde sus primeros días, considera que en todo el cuerpo de obra del Matacandelas, es uno de los montajes más experimentales, incluso frente a otros que, como este, abordan la realidad colombiana. “Queríamos mantenernos acorde a lo que quería decir el libro, por eso la novela nos condujo por el camino experimental”. Para mantener ese espíritu conservaron el lirismo que acompaña las letras, pero, por ejemplo, transgredieron la línea temporal.
Así se encuentran, tanto en novela como en montaje, propuestas narrativas diferentes, y la necesidad de denunciar a través del arte.