Federico pasa las páginas del libro. Belén lee. Ese es el trato que tienen los dos. La lectura los va encontrando, en ese camino de aprender a ser madre y aprender a ser hijo.
La historia se cuenta en Qué raro que me llame Federico, la novela más reciente de Yolanda Reyes. Belén adopta a Federico en Colombia, que entonces es Freddy, y se lo lleva a vivir a Madrid, España, al otro lado de su mundo. Él, un día, quiere vivir en una caja, porque esa caja es Bobotá (Bogotá, le corregirá ella).
El título viene de un verso de Federico García Lorca: “Entre los juncos y la baja tarde,/ ¡qué raro que me llame Federico”. Yolanda pensaba que era un nombre muy largo para un libro, pero ese verso, dice, estaba ahí, y Belén no quería que Federico fuera más Freddy, pero el acto de cambiar el nombre, en sí mismo, era muy violento.
–De cierta manera –sigue la escritora–, es como quitarle la identidad a ese niño y pensé que Belén, por ser editora, recordaba ese poema tan precioso, que se llama de Otro modo, y dije, ese es el rito de nombrarlo y de darle no solo una lengua y un nombre, sino una historia y una cultura.
El libro va contándose en dos voces. La de Federico, en primera persona, y la de Belén, a través de un narrador, que a veces opina y se mete en la vida, incluso.
Para Yolanda encontrar esa voz del niño, y luego del joven, fue difícil. Él está en una búsqueda de saber quién es, y no le funcionaba que fuera un narrador contando la historia de él, tenía que ser el mismo Federico retratándose, contándose, inventándose.
Hasta que un día el personaje le habló. Le ayudó verlo con las fotos, porque es un artista fotógrafo, y que regresó a Bogotá. Ahí fue cuando Federico le empezó a hablar, y Yolanda tuvo que desbaratar la novela para seguir esa voz. Terminó escribiendo una segunda versión, que finalmente se hizo libro publicado.
–Me demoré como dos siglos escribiendo –se ríe. Fueron cinco años entre una versión y otra, de pronto más.
La novela
Yolanda cuenta que el final de un libro suyo llega cuando aparece una idea para otro. Antes no. Así pasó con Qué raro que me llame Federico.
Una vez conoció a un muchacho francés en Espantapájaros, el proyecto de lectura en el que Yolanda es la directora, que quería ser voluntario de promoción de lectura. Tenía unos 22 años, y a ella le llamó mucho la atención que hablara español con acento francés, porque tenía rasgos muy colombianos, llaneros.
Entonces le preguntó que por qué, si él, cuando se fue a Francia, ya había aprendido español, y él le contó que había tenido que olvidarlo para ser de esa familia y ser aceptado en esa nacionalidad. Esfuerzos que tuvo que hacer para pertenecer a ese otro lugar.
La novela de la escritora ahonda en esos esfuerzos, en esa condición de extranjería, en la búsqueda de Federico, que vuelve a Colombia a revisar quién quiere ser.
–Estamos hablando de cómo se construyen esos vínculos y, como dices, aprender a ser hijo y aprender a ser mamá. En las especies animales que no pasan por el lenguaje se da solo desde lo biológico, pero yo creo que el proceso en lo humano es cultural y es un aprendizaje que no está nunca resuelto. En las relaciones de madres e hijos, o que han pasado por lo biológico también, hay siempre una construcción y hay ambivalencias, silencios. La maternidad no es ese paraíso edulcolado del que habla la publicidad de los bebés. Hay sentimientos muy fuertes, pero no son solo los de placer, hay muchas dudas y preguntas.
–¿Y el tema de la adopción, qué le permitía?
–Es un tema polémico y en este momento aparece este libro de una mujer que adopta a un hijo sola. Es también ese proceso de pérdidas anteriores y preguntas, que es un proceso muy interesante de las mujeres contemporáneas, que no estaba antes, y si existía no era una pregunta pública: adopto, tengo hijos, el reloj biológico, sigo mi carrera, trabajo o no trabajo. Son una cantidad de preguntas que han salido de la esfera muy íntima y que se han vuelto historias de escritura, de conversación. La adopción es que una mujer sola le haga un lugar simbólico en su vida, y eso es la maternidad en general, es decir, a partir de este momento y para siempre, voy a ser la mamá de alguien, qué significa eso existencialmente hablando, qué problemas te lanza a la vida.
Preguntas que están ahí, con Federico y Belén, con la literatura misma.
–Estamos hablando de versiones de quiénes somos, de muchas preguntas que afloran que no estaban contadas desde las condiciones diversas. La labor de la literatura es dar otras noticias de nosotros mismos, indagar en otras capas que no son las superficiales, y que están dichas en otro registro.
Qué raro que me llame Federico también puede ser qué raro que me llame Mónica, o su nombre mismo, ahí en reemplazo. Porque la vida cotidiana es también eso: buscarnos, y tratar de encontrarnos.