Con la partida de Macnelly Torres de Nacional solo perviven dos de los jugadores que alzaron la Copa Libertadores: Alexis Henríquez y Daniel Bocanegra. Y eso que apenas en 18 días se cumplirán dos años de esa consagratoria noche.
Más allá de las particularidades que se ciernen en torno a la salida del barranquillero, ganador de 10 títulos con dicha camiseta, el desmantelamiento de esa exitosa plantilla en tan poco tiempo responde a una inocultable realidad del fútbol suramericano, que, por cierto, tiene mucho que ver con el desolador balance de esta región en el Mundial.
Solo por citar un ejemplo: del Bayern de Múnich que salió campeón de Champions League en 2013, aún permanecen ocho jugadores en el club bávaro, siete de ellos titulares en aquella final ante Borrusia Dortmund. Una consabida estabilidad que se extiende en la mayoría de clubes europeos.
En Suramérica es a otro precio: del San Lorenzo, campeón copero de 2014 sobreviven 4 jugadores, del River que alzó el título en 2015 también 4 y Gremio, campeón vigente, apenas logró retener, un año después, a 10 de los 23 campeones de la plantilla.
Cada vez se hace más insostenible para los clubes de la región consolidar plantillas con el acecho del mercado. Según el Observatorio de Fútbol Internacional (Cies), el año pasado 2.859 jugadores suramericanos salieron de sus países con destino a otras ligas del planeta. Colombia exportó 284 futbolistas en 2017, la mayoría a Norteamérica, Europa y Asia.
La fuga de talento pasa factura a varios niveles. Por ejemplo, la brecha entre Europa y Suramérica se ha ampliado; en los últimos 10 años los conjuntos del Viejo Continente han ganado 9 veces el Mundial de Clubes. Solo Corinthians lo logró para la región, en 2012.
De paso, la salida de jóvenes al exterior imposibilita el trabajo de selecciones juveniles como microciclos y veedurías técnicas. De ahí que ningún combinado suramericano en Rusia haya reflejado procesos desde las bases.