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En el 89, entrar al Defensores del Chaco de Asunción, con tribunas llenas -40 mil aficionados-, daba miedo, y mucho más enfrentando al equipo más querido de la época: Olimpia.
Eso fue lo que sintieron los jugadores de Nacional que, por primera vez, llegaban a una final de la Copa Libertadores. “Como todas las finales, fue muy duro, mucho más, porque todos en ese momento jugábamos por primera vez una final; fue muy estresante, complicado y nada fácil, ante un estadio repleto que daba miedo”, recuerda el volante y delantero Jaime Arango, quien en muchas ocasiones revive la película de tamaña gesta que vivió en carne propia.
“Se sentía que la ciudad vivía en torno al partido. Todo eran camisetas de Olimpia, que tenía muchos hinchas. El 70 por ciento de los paraguayos seguía este equipo”.
Así les gustara jugar con estadios a reventar, Arango, quien estuvo 62 minutos en el campo, recalca que se sentía la presión del público, a pesar de tener jugadores con experiencia, muy atrevidos y de retos.
Y como si fuera hoy se traslada a la cancha y resume que tuvieron pocas llegadas, que no contaron con muchos espacios, que Olimpia los arrolló y salió a definir la serie de entrada y que ellos solo habían tenido unas dos o tres posibilidades esporádicas. El partido fue complicado y de ahí el resultado: 2-0 para el elenco de casa.
“Todos salimos de la cancha con rabia, con dolor, pero en el camerino todo el grupo concluyó que de locales le daríamos la vuelta al encuentro, porque el 2-0 era remontable y que cuando se tenía la revancha se podía cuadrar caja. Eso lo definimos en el camerino”.
Y así se hubiera perdido, siempre hubo algo que los identificó. “Lo fundamental fue que era un grupo muy unido, en el cual todos tiraban para el mismo lado. Por eso nos dimos ánimos entre nosotros mismos, sabiendo que había una revancha y una mentalidad muy fuerte para lograr por primera vez la Copa” .