Por luz élida molina marín
Eliécer Espinosa Calvo habla con sinceridad. En sus ojos se le ve la nobleza y en su sonrisa, que deja ver una blanca dentadura, alegría. Cada frase y actitud denota un mensaje alentador ante las dificultades.
Sus palabras salen del corazón. Por eso, antes del juego frente a Orsomarso, por los cuartos de final del Torneo Águila-2, en medio de una actividad de sensibilización, el jugador de 21 años de edad, pidió la vocería y les habló a sus compañeros de Itagüí-Leones.
“Somos unos privilegiados. Yo vengo de Bojayá, un pueblo que luego de la tragedia que vivió, sigue abandonado; no contamos con calles pavimentadas, no hay electricidad, el servicio de agua es insuficiente y los niños, así como me pasó a mí, solo tienen calles polvorientas y pelotas desgastadas para jugar. Allí todos sueñan con llegar a ser como sus ídolos (ahora nosotros lo somos). Hoy estamos cumpliendo metas y dándoles otra razón a esos pequeños para que no dejen de luchar, para que no pierdan la fe y se esfuercen por cumplir los sueños, para demostrarles que lo que anhelamos y trabajamos se hace realidad”.
Ese día, 2 de mayo de 2002, todos lloraron, reflexionaron y comprendieron porqué aún hoy el sonido de detonaciones similares intimida al valiente delantero que dejó a sus padres a los 10 años para radicarse en Turbo con una hermana y luego en Medellín, cuando tenía 14 años, un niño con ilusiones y goles que le abrieron el camino en el fútbol.
De su mente, como suele pasarles a muchas personas que han sido víctimas de la violencia, ha borrado cosas que vivió aquel día cuando el dolor, la muerte y la impotencia se tomaron su tierra tras el atentado con un cilindro bomba lanzado por las Farc a la iglesia de la población.
“No recuerdo mucho, tenía 7 años -relata Eliécer-, solo sé que no me gusta el sonido de las explosiones. Siempre que algo estalla cerca salgo corriendo, me escondo, aún siento ese temor por lo que vivimos en Bojayá”.
Nuevo ídolo
Lo que sí tiene muy presente este joven es que se ha convertido en un referente en su pueblo, gracias a su campaña con los felinos. Ahora, la mitad de ese rincón chocoano es seguidor del equipo de Itagüí.
Su mamá (Licenia Calvo) le contó que cuando Leones juega, la casa se llena de amigos, familiares y personas que los apoyan.
“Gracias a Dios mis padres cuentan con una planta eléctrica y por eso, así apaguen la luz del pueblo, todos pueden ver los partidos sin importar la hora. Y, claro, muchos ya son ‘leones’ de corazón”, afirma, emocionado.
Eliécer es un tipo agradecido con la vida, por ello destinará parte del premio por el ascenso para comprar balones que les regalará a los niños de su región.
Confiesa que ya tiene muchas camisetas que le han pedido. “Allá no contamos con escuela de fútbol, pero es un deporte que corre por nuestras venas”.
Elian Espinosa Negrette, su primogénito de dos años, lo inspira y lo hace pensar en los más pequeños. Dice que quisiera ser presidente para llevarles escuelas, implementos deportivos y profesores para que, a través del deporte, cumplan los sueños, como él lo hizo.
Otra adversidad
Una lesión en la rodilla izquierda, a dos semanas de comenzar el actual torneo, le impidió estar más tiempo en la cancha, pero en las cinco ocasiones que ha actuado lo ha dado todo. En Cúcuta, durante la semifinal, marcó el empate 2-2, a un segundo del final del partido de ida de la semifinal.
El técnico Juan Carlos Álvarez afirma que Eliécer se ganó su lugar en el grupo: “Además, es excelente persona. Infortunadamente se lesionó, lo operaron, pero tuvo una recuperación en tiempo récord y pudo regresar con su potencia. Tiene el arco pintado en la cara, es socio, te descansa el equipo y marcó ante Cúcuta, una alegría inmensa por lo que fue el partido, ante 35.000 espectadores, a los 93 minutos. Desde ese día empezó a caminar el título y el ascenso”.
Este miércoles terminará el año deportivo para Leones y Eliécer Espinosa viajará a Bojayá para reencontrarse y celebrar con su gente n