“Bueno yo le improviso, y le voy a improvisar, porque mire que aquí ya le empecé a trovar... Yo le digo aquí mi trova, y no se la digo a Roni, el mejor torneo pa’ mí, es este el de la Pony”. A estas palabras les falta la musicalización que le da Juan José Jiménez Bravo.
Como él mismo lo dice, nació con un oído especial para la música y en su tiempo libre -como los viajes de ocho horas entre Vegachí (su pueblo natal) y Anorí (el que lo adoptó para jugar Ponyfútbol)- se dedica a desglosar frases y empezar a improvisar.
A raíz de este talento es que se metió de lleno a la trova. Ha participado en varios festivales en la región y espera que, en futuro, pueda conocer a Yédinson Flórez, más conocido como Lokillo.
A la par que su cabeza maquina rimas, su cuerpo se prepara a diario para ser futbolista. Claro, esa es otra pasión que lleva consigo desde los cinco años cuando veía a su papá, que hoy es policía, jugar a la pelota.
Burro -así le dicen a Juanjo por su parecido a un tío que llevaba el mismo apodo- sabe de los sacrificios que debe hacer para llegar a un torneo como el Ponyfútbol.
“Viajé tres veces a Anorí, que son cerca de ocho horas, y es algo complicado porque yo me mareo muy fácil; toca ponerme la diadema (audífonos) para no sufrir tanto”, relata el menor de Vegachí, un pueblo que define como caluroso, lindo y dulce.
Usando la camiseta 17, trovando y soñando, Juan José Jiménez disfruta el Ponyfútbol como lo mejor de su vida. “Uno aquí se siente como si fuera Messi”, remata.