Por juan felipe zuleta valencia
Se suele decir que al talento hay que añadirle disciplina y con esto es suficiente para triunfar en cualquier oficio. No siempre es así. A veces no basta con que estas dos condiciones anden juntas para garantizar el arribo a buen puerto.
Pasa en el fútbol, por ejemplo. Directivos que priman el negocio en detrimento del ser humano, entrenadores que creen que el éxito en la cancha radica en una fórmula con el músculo como principal ingrediente, y tantos otros factores que al final del día, determinan que muchos prospectos de futbolista, por más condiciones y perseverancia que tengan, tiren la toalla.
Le pasó a Jonathan Marulanda, el lateral del DIM que está dando buena cuenta de su oportunidad en la titular. O bueno, casi le pasa, porque el antioqueño de 23 años de edad fue más terco que las contrariedades y ahora goza a tope cada vez que salta al campo con la camiseta roja.
Jonathan, ¿dónde se crió?
“En el barrio Los Cerezos, en el municipio de Caldas. Ahí estudiaba, entrenaba y le ayudaba a mi mamá, pues como me quedaba tanto tiempo libre, me iba para el supermercado donde ella trabajaba y le ayudaba a llevar mercados, empacar, en fin”.
Y luego de Caldas, ¿dónde prosiguió la correría en el fútbol?
“En Envigado. Ahí jugué el Pony, pero pasé luego por Nacional, Águilas, Ferroválvulas, Ditaires de Itagüí, antes de llegar a Patriotas, la experiencia más cercana al profesionalismo, aunque no debuté”.
Pero, si estaba en Envigado, que es la cantera por excelencia del país y donde tantos han debutado, ¿por qué se marchó a esos otros lugares?
“Porque en Envigado me trataron un poco mal. Me decían que no servía porque era bajito (mide 1,78 metros). Entonces debí salir a tocar otras puertas”.
¿Cómo fue la experiencia en Nacional y Águilas?
“También difíciles. En Nacional pues no hubo oportunidad, pero fue algo normal. En Águilas, en cambio, el presidente Fernando Salazar decidió acabar con todas las inferiores, excepto una, y decenas de muchachos quedamos en el aire. El otro problema después fue para que me devolvieran el pase, pero, bueno, lo conseguimos y seguimos el camino”.
Esas dificultades acaban con el sueño de muchos jóvenes de ser futbolistas. ¿Por qué en su caso no fue así?
“También fue muy doloroso para mí. Pero mis padres no me dejaron tirar la toalla, aunque el sueño del fútbol me ha hecho llorar mucho. Después de todo esto que cuento, de ir luego a Ferroválvulas y Ditaires, veo que las cosas no funcionan y empiezo a estudiar Contaduría en Unisabaneta. En el primer semestre me llamaron de Patriotas y reactivé mis ilusiones”.
Pero no logró debutar allí...
“Esa fue otra experiencia compleja, porque jamás logré tener comunicación con el técnico. Entonces nunca supe qué quería, necesitaba o en qué podía aportar. Es como tener un jefe y que este no te hable, una situación incómoda. Pero por otro lado me incorporé ya formalmente a la disciplina del fútbol profesional y me sirvió para madurar y aterrizar muchísimo”.
Hasta que llegó el desquite en Leones...
“Sí, en este equipo tuve una experiencia muy bonita. Fue un año (2018) intenso y en el que, constantemente, recordaba todo lo que sudé para llegar al día del debut profesional”.
El llamado del DIM fue un premio, pero también requirió paciencia (2019)...
“Sí, porque quedarse fuera de una convocatoria o ver desde la tribuna un partido tras otro te mide el aceite. Y aunque esto no se ve desde fuera la suplencia lo obliga a uno a entrenar con más pasión, de manera que cuando llegue el momento ni a tus compañeros ni a tu técnico le queden dudas de que estás en la cancha por méritos y no por descarte”.
Escuchando su testimonio, creería uno que ese prejuicio, por decirlo así, de los técnicos del país acerca de los jugadores sin mucha talla era cosa del pasado...
“Sí, así debería ser. A ver, yo soy muy respetuoso de las ideas de cada técnico, y la gente creerá que critico esta situación porque me ocurrió, pero el futbolista colombiano ha mostrado, hasta el cansancio y con todos los ejemplos posibles, que su característica esencial es la habilidad y esta, generalmente se acompaña de una talla no muy alta. Entonces me parece, por lo menos incoherente, que acá mismo se le siga cerrando las puertas al talentoso por darle cabida al jugador alto, fuerte, que cumple otras funciones, pero que no tendrá el sello que nos caracteriza: el talento para jugar con el balón”.
¿Cómo se vive este proceso del DIM desde el interior?
“Es increíble. Porque el técnico Alexis Mendoza, además de su experiencia y conocimiento del fútbol trajo al equipo una forma muy humana de liderazgo. Habla con vos, siempre encuentra la palabra perfecta para motivar, corregir al grupo. No solamente se trata de entrenarse a tope. Un futbolista también crece mucho cuando siente que el técnico lo escucha”.
Por la cada vez más escasa presencia de antioqueños en los grandes clubes de la región, ¿cree que a veces se tiende a originarles mayor presión, desde el entorno cercano: amigos, vecinos e hinchas en general?
“Puede ser. Estar en un club como Medellín implica mucha responsabilidad. Pero en mi caso, aunque salir a una cancha con 40.000 hinchas puede generar ansiedad, creo que uno echa mano de todas esas experiencias difíciles antes de llegar hasta ahí y por eso sale adelante en semejantes escenarios”.
¿Cómo es Jonathan Marulanda cuando está fuera de la cancha y la sede de entrenamiento?
“Muy familiar. Vivo en Itagüí con mi mamá, mi papá, mi hermana y mi sobrina. Voy frecuentemente al barrio, visito a la gente que me quiere y, sobre todo, a mi abuela Clara Rosa, ahora que está cortica de salud. Esas son las cosas que me llenan y me generan la tranquilidad que necesito, porque soy consciente de lo que exige el fútbol para poder triunfar. Entonces no hay tiempo para invertir en cosas que desconcentren. El fútbol hay que vivirlo en la casa, acostado en la cama, comiendo y en todo momento. Es la única forma de prevalecer” n