Si los primeros disparos causaron zozobra, la ráfaga que se escuchó después dejó una estela de estupor y silencio casi sepulcral. En ese instante, Alfonso Pérez solo atinó a tirarse al piso. Estaba petrificado.
El hombre que parecía hecho de hierro, por su fuerte musculatura, tallada y seca, entró en pánico. Nunca había sentido tanto miedo.
Minutos después, cuenta, la voz se regó como pólvora en la Villa Olímpica de Múnich: había un ataque terrorista.
Ese día, 5 de septiembre de 1972, Pérez lo recuerda bien. Era muy de madrugada y todos despertaron abruptamente con el traqueteo de los fusiles y los gritos. Los fedayines (un comando del grupo Septiembre Negro, facción de la Organización para la Liberación de Palestina) se tomaron a la fuerza la torre donde se hospedaba la delegación de Israel y mantuvieron de rehenes a varios israelitas por quienes pedían, a cambio, 234 presos palestinos.
En una de las edificaciones adyacentes se encontraban Pérez y el resto de los colombianos, quienes temerosos no salían del asombro.
Se apagó la felicidad
“Fue terrible, porque estábamos contentos y me preparaba para enfrentar mi pelea de cuartos de final contra el turco Eraslan Doruk”. Entonces todo se transformó en incertidumbre, incluso hasta se escuchó por los altoparlantes que los Juegos se habían suspendido, y varios llamados a conservar la calma y a no dejar las habitaciones.
Cuenta la historia que la tensión duró desde las 4:40 de la mañana del día 5 hasta las 1:30 a.m. del 6 -incluso con transmisión en directo de la televisión- y terminó en tragedia.
A los dos muertos iniciales, en las habitaciones, se sumaron los restantes nueve atletas y entrenadores israelíes y un oficial de la policía de Alemania Occidental, asesinados por los atacantes, así como de cinco de los ocho miembros de Septiembre Negro dados de baja por la policía durante el fallido intento de rescate de los secuestrados en el aeropuerto local, donde terminó la odisea tras una serie de diálogos y hechos que conoció todo el mundo a través de la pantalla chica.
Pérez tiene hoy 67 años, once hijos y la friolera de 27 nietos.
Vive feliz en el mismo barrio donde se crió en su natal Cartagena, Blas de Lezo. Allí reside hace 45 años y levantó un edificio de tres plantas -donde habitan varios de sus hijos- gracias a la promesa del gobierno del presidente Misael Pastrana Borrero y del alcalde Juan C. Arango, de darle una vivienda.
Cuenta también con la pensión vitalicia por haber sido medallista olímpico, recibiendo mensualidades de 1.6 millones de pesos.
Nunca lo olvidará
Ya han pasado casi 44 años de su gesta y de la mente de Alfonso no se desprende aquel septiembre negro.
“Ese episodio no se olvida así de fácil. Nunca lo he olvidado; es como si pusiera a rodar la película”, cuenta el llamado “Olímpico”, nombre que le pusieron justamente por haber sido el primer pugilista colombiano en ganar una medalla en las justas de Múnich-72, al lado de otro peleador (Clemente Rojas, 9 de septiembre) y un tirador (Helmut Bellingrodt, 1° de ese mismo mes).
“Recuerdo que cuando dijeron que se habían suspendido los Juegos me agarré a comer, pues estábamos conservando el peso y el hambre era bastante. Me comí las verduras y el pescado de la ración diaria”. Pero cometió el error de hacerlo con tres vasos de jugo de naranja, que subieron su peso en más de un kilo, elevándolo del límite de la división (59 kilos). Él cree que estaba por los 60 o más.
Esa misma noche anunciaron su pelea. “Mi entrenador, Orlando Pineda, me comunicó que peleaba a las 7:00 de la mañana de ese 6. Fue un baldao de agua pues yo creía que los Juegos ya se habían suspendido. Me envolvió en cobijas y me metió en el cuarto del baño con la llave del agua caliente abierta para que hiciera vapor. Todo me debilitó pero así y todo pude dar el peso y pelear. Gracias a Dios gané esa pelea y aseguré la medalla de bronce”, relata.
Pérez no ha perdido ni las costumbres ni el acento costeño característico. Tampoco su pasión por el boxeo.
“Ajá mi hejmano, te puedo contaj que sigo entrenando pelaos aquí en Cattagena, que a dejpuéj de tanto tiempo sigo sintiéndome honrado por haber sido el abanderado de Colombia en Múnich, fue un honor grande para mí. Y que a pesaj de la felicidá que representó la medalla sigo sintiendo la trijteza por el final tan terrible de la toma terrorijta que dejtrozó nuejtros corazones”.
Hoy, como ayer, Alfonso sigue comiendo lo que más le gusta... Pescao, plátano y yuca. “Ej que, mi hejmanito, yo crejí a punta de pescao, plátano, yuca y ñame, no lo cambio por na’a en la vida”.
Le cortaron las alas
Pérez aún piensa que en Múnich le cortaron vuelo. “Los expertos decían que yo era el mejor de la división”. Y culpa al racismo de no haber llegado más lejos, porque “a este negrito no lo podían premiar con el oro”, aunque reconoce que al duelo que definía el finalista llegó debilitado.
La vivencia está fresca en su memoria. “Esa última pelea me la robaron, en aquel tiempo existía mucho racismo y los comentarios que se daban antes de la pelea que definía quién disputaría el oro decían que el negrito de Colombia no podía ganar, pues venía fuerte después de vencer a dos europeos y un africano. Me tenían miedo y por eso me quitaron la pelea”.
Orlando Pineda, el más exitoso entrenador del boxeo amateur del país, coincide en que el desarrollo del combate ante el turco Laszló Orbán le permitía levantar los brazos. Pero no fue así, “ese mono que me pusieron no me ganó; pero le dieron la pelea y a mi me apartaron del camino al oro”.
En su momento su medalla de bronce fue una verdadera hazaña. Nunca ha sido fácil descifrar los sistemas de puntuación de los jueces europeos en boxeo. Y menos subir a un podio. Pérez lo hizo y la presea de bronce fue el premio a una carrera aficionada colmada de triunfos (ver registro anexo).
Hoy esa medalla la conserva como un tesoro en un rincón de su casa. “Cada vez está más bonita y brillante. La guardo en el bifet”. Y hace claridad: “es para no decir escaparate como lo llamábamos antes”. La saca cada vez que hay un acto de homenaje a alguno de los boxeadores de su época, como Pambelé, Caraballo, Rocky o los Rojas.
“No dejo ni que el polvo le entre. Esa medalla es mi mayor tesoro”.