A la cuna de Gabriel Duque solo le faltó estar llena de adornos de motos. Su entorno está rodeado de la velocidad y su adrenalina: su papá es amante del motociclismo y sus dos hermanos mayores lo practican.
Por eso, Fonsito -apodo que le pusieron pero que no sabe de dónde viene- cogió una moto desde los cinco años, aunque lógicamente le costaba cargar con ella.
“Era muy loquito, a toda hora era corriendo y no sabía hacer las pausas, pero le fuimos enseñando y a partir de las caídas fue aprendiendo”, comenta Carlos, el padre responsable de esa “locura”.
Una fractura en el codo, dos dedos fisurados, la clavícula aporreada y la mano tensionada son algunos de los golpes que le ha dejado esa pasión que el menor de 12 años, quien cursa grado séptimo en un colegio de Llanogrande, declara como una “enfermedad”.
“Esto es una pasión grande, la adrenalina que se siente es mucha y espero seguir en esto varios años”, expresa el pequeño Gabriel, que ya aprendió a domar las pesadas motos al momento de salir de los fangos más espesos y complicados.
Otra de las cosas que domina el menor, que ayer tuvo su primera experiencia en la pista Terras de San Marino de Amagá, es la vaquería. “Lo hago como mi hobby, voy a clases y, aunque no soy tan bueno, lo disfruto”.
No obstante, su sueño más inmediato es seguir los pasos del italiano Antonio Cairoli, doble campeón mundial de motocrós, por lo que se mantendrá con los motores.
Ayer, en la válida Nacional de su modalidad, demostró que no les tiene miedo a las caídas y que el pantano no es un obstáculo para descrestar a los más grandes. “Él es muy seguro con su moto, muy inteligente, ya ha aprendido por dónde meterse en las pistas”, finaliza el orgulloso padre, a quien lo único negativo es la lavada del carro, en el que transporta las motocicletas, después de las competencias.