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“Lloré, no porque había perdido la pelea”: Jorge Eliécer Julio

El último de los peleadores de categoría que tuvo el boxeo colombiano en Olímpicos. Hace ya 28 años de esa medalla que, no obstante, dejó un amargo sabor por una decisión amañada en contra del nuestro.

  • Jorge Eliécer posa con orgullo los fajines que logró como profesional (AMB y OMB), pero sobre todo con el bronce en Seúl-88. Foto Cortesía Jorge E. Julio.
    Jorge Eliécer posa con orgullo los fajines que logró como profesional (AMB y OMB), pero sobre todo con el bronce en Seúl-88. Foto Cortesía Jorge E. Julio.
08 de mayo de 2016
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“Ya soy abuelo”, relata Jorge Eliécer Julio Rocha con una sonrisa que denota incredulidad ante el inexorable paso del tiempo.

Veintiocho años atrás, cuando él apenas contaba con 19 de edad, consiguió para Colombia una medalla de bronce en el torneo de boxeo de los Juegos Olímpicos de Seúl-88 que, al decir de todo mundo, fue un premio pírrico para el técnico pugilista nacido en El Retén, Magdalena.

Julio tiene siete hijos y dos nietos (uno de su primera hija, Mabel, y el otro de su última, Marylin). Está separado de su última mujer, reside en Stanford, Minessota, Estados Unidos, y es feliz, así por momentos quisiese regresar a Colombia después de vivir en ese país por espacio de 16 años, tras radicarse inicialmente en Los Ángeles, en el 2000, cuando aún era boxeador activo.

“Me robaron la pelea, fue uno de los momentos más amargos de mi carrera”, señala al referirse al combate que sostuvo con el búlgaro Alexander Hristov, el 28 de septiembre de 1988 cuando disputó una de las semifinales olímpicas de la división 118 libras.

Hasta las agencias noticiosas emitieron informaciones hablando de una decisión discutida en contra de Julio. “Llevé el ritmo del combate, pegué los mejores golpes, lo tuve mal y al final los jueces le dieron el triunfo a él”, rememora uno de los mejores pesos gallo de la historia de Colombia, al lado de Bernardo Caraballo y Miguel Happy Lora.

Una vez finalizado el choque, en las calles de varias ciudades de la Costa Atlántica, en especial, se vieron indignados fanáticos protestando porque no entendían cómo habían despojado al colombiano de forma tan descarada.

El momento sigue intacto

El recuerdo es imborrable. Hoy, incluso, aún se siente ganador. Si hubiera sido lo contrario, hasta lo borraría de la memoria y preferiría evocar momentos buenos y malos de sus duelos como boxeador profesional, ante grandes figuras como Manny Pacquiao (único que ha logrado ocho títulos mundiales en ocho categorías diferentes: mosca, supergallo, pluma, superpluma, ligero, superligero, wélter, superwélter), Johnny Tapia (campeón en tres divisiones: supermosca, gallo y pluma), o Junior Jones (campeón en gallo y supergallo), entre otros, con quienes libró cruentos pleitos en su brillante carrera.

Sin embargo, al ahora empleado de una empresa de instalación de líneas eléctricas a lo largo de Estados Unidos esa sombra lo persigue, aunque siempre ríe e intenta esculcar en sus recuerdos para contar algo nuevo.

Tuvo un motivador al lado

“Tengo una anécdota particular. Antes de los Juegos me pusieron un sicólogo. Me ayudó bastante y fue él quien más me impulsó para ganar una medalla”, relata.

“Las primeras sesiones, no olvido, me preguntaba, ‘hombre Julio, ¿cuál es tu visión de lo que querés conseguir en Seúl?’, y yo le decía: ‘pues señor, voy a buscar una medalla’. Nosotros los latinos siempre hemos pensado en el poder de los europeos, los asiáticos, los gringos, pensamos más en la fuerza de los demás que en lo nuestro. Por eso él insistía, ‘hombre Julio, sí pero ¿qué medalla vas a perseguir?’ Y yo le constestaba que cualquiera de las tres. ‘No estás apuntando a nada, así no es, quiero que me digas ¿qué metal?’. Yo, ya fastidiado, pues le respondí oro. ‘Así es Julio, eso quería escuchar’. Y cada día era lo mismo, era como si me estuviera lavando el cerebro”.

Y se comió ese cuento, a tal punto que solo pensaba en el oro. “Él me concientizó de mis capacidades y lo que podía hacer. Considero que todos los deportistas deberían tener un sicólogo, un motivador. Y recuerdo que la vez que nos reunieron a todos los deportistas en la embajada de Colombia en Seúl, nos preguntaron a qué veníamos a Olímpicos y cada uno constestaba. Unos decían que a mejorar marcas personales, a estar entre los diez primeros, a pelear por un lugar en el podio. Pero el único que dijo que por la medalla de oro fui yo. Todos se quedaron pasmados. Y sí, si no me quitan la pelea yo hubiera sido medallista de oro, no tengo duda alguna, tenía una convicción única, pura fuerza mental además de una preparación física y mis condiciones”.

Con Jorge García Beltrán (q.e.p.d.), el mejor entrenador de boxeo aficionado del país en la historia, Julio hizo una llave maravillosa y ganadora.

“Hay una anécdota increíble. Yo estaba muy optimista y cada vez que terminaba una pelea corría a la esquina y le gritaba: profe, ¡coño ganamos! y él me replicaba ‘mijo, espere la decisión de los jueces’. Eso se repitió en cada combate. Y él siempre con la misma respuesta ‘espere la decisión’. Lo extraño es que en la pelea que definía el finalista, la formulita cambió: yo corrí a la esquina y allí encontré al profe gritando ‘¡mijo ya eres campeón!’... Entonces le dije, profe espere la decisión. Y vea, esta vez le dieron el triunfo al búlgaro”.

Recibimiento de héroe

En el bus de la delegación camino a la Villa Olímpica, Jorge Eliécer lloró. En esos momentos recordaba con tristreza que, unos días atrás habían partido de Colombia en la soledad más grande. “Los periodistas no fueron a despedirnos, ni siquiera a tomarnos una foto, se lamentaba el profesor. Entonces yo le dije, ‘profe no se preocupe, hoy salimos por la puerta de atrás, pero al regreso lo haremos por la puerta grande y ahí sí estarán todos los periodistas’”. Y así fue, porque la emoción de la medalla, así fuera de bronce, impulsó a mucha gente a recibirlos en el aeropuerto.

“Es que lo que yo logré fue mucho más que un oro”, apunta. Fue, además, la puerta que se le abrió para saltar al profesionalismo y cinco años después coronarse campeón mundial.

Hoy, Julio sueña con muchas cosas, entre ellas regresar a su país, así se sienta cómodo en Minnesota. Y aunque no ha estudiado para ser entrenador, cree que los conocimientos que tiene le permitirían serlo.

“Aquí -en Stanford- podría ser entrenador de niños en la época de verano. Y en Colombia, quisiera serlo algún día para intentar cambiar la forma de pelear y que el boxeo recupere su condición”.

Y mientras, Julio continúa su trabajo, viendo como el tiempo pasa lejos de los suyos, de sus hijos y nietos, de sus conocidos y de sus recuerdos. La medalla olímpica está a buen recaudo en Medellín, donde la protege, como un verdadero tesoro, Luz Elena, una de sus excompañeras.

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