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Enviada a una familia de acogida en su infancia y agredida sexualmente en la adolescencia, Simone Biles superó todas las pruebas posibles para convertirse en una leyenda de la gimnasia y en un ícono más allá del deporte.
En Stuttgart, el pasado domingo, se convirtió, a los 22 años, en la gimnasta con más medallas en los Mundiales, con 25, rompiendo con dos oros el empate que había logrado el sábado con el mítico bielorruso Vitaly Scherbo (23).
Nunca una gimnasta había acumulado cinco coronas mundiales en el concurso general (el récord estaba en tres). Nunca una gimnasta había logrado 19 títulos mundiales (el récord estaba en 12).
“Es mucho. A veces me pregunto cómo lo hago, me gustaría poder salir de mi cuerpo y verme con mis propios ojos”, se sorprende, mostrando su brillante sonrisa.
Más atlética, potente y elástica, la pequeña bomba estadounidense (1,42 metros y 47 kg) es un prodigio de técnica. Cuatro acrobacias (dos en suelo, una en la viga de equilibrio y otra en salto) llevan ya su nombre. Dos de ellas fueron “creadas” durante este Mundial de Stuttgart.
“Nunca pensé que sería capaz de lograrlas algún día en competición”, reconoció.
Para su compatriota Morgan Hurd, campeona del mundo en el concurso general de 2017, es sencillo explicar los alcances de Biles: “Es sobrehumana”.
La pequeña Simone descubrió la gimnasia a los seis años en una salida escolar. Un entrenador la captó inmediatamente.
Hasta aquí podría parecer un cuento de hadas, pero para nada fue el caso: La madre de Biles, nacida en Ohio, tenía “dependencia al alcohol y a la droga” lo que provocó “idas y venidas de la cárcel”. Ella y sus tres hermanos fueron enviados a familias de acogida, explicó la joven de 22 años en la televisión en 2017.
“Nunca pude contar con mi madre biológica. Recuerdo que siempre tenía hambre, miedo”, dijo.
“Mis abuelos me salvaron”, afirmó sobre Nellie y Ron Biles, a los que considera sus padres y que cambiaron el destino de su vida, adoptándola, junto a su hermana pequeña, mientras que los otros dos fueron a casa de más miembros de la familia.
A los ocho años, Biles se encontró con Aimee Boorman, la entrenadora que la llevó a la cima, “su segunda madre”, que veló por su mejora en los aparatos así como por su equilibrio vital.
Bajo su ala se convirtió, con 16 años, en campeona del mundo por primera vez, en 2013. Tres años después logró cuatro oros olímpicos, más un bronce, en los Juegos de Río.
Boorman se trasladó a Florida y la texana de adopción comenzó a entrenar con los franceses Laurent Landi y Cécile Canqueteau-Landi, tras tomarse un año postolímpico sabático.
En enero de 2018 Biles reveló otra herida íntima: formó parte de las más de 200 víctimas de Larry Nassar, antiguo médico del equipo nacional estadounidense condenado por todas estas agresiones sexuales cometidas durante dos decenios.
Después de romper su silencio, no dudó en denunciar públicamente la pasividad de las autoridades deportivas. “No es fácil regresar a un deporte, a una organización que te había dejado tirada”, señaló en el campeonato de Estados Unidos el año pasado.
“Esta experiencia horrible no me define. Soy mucho más que eso. Soy única, inteligente, talentosa, motivada y apasionada. Me prometí que mi historia sería mucho más grande que eso”, escribió en la época.
Cerrado el capítulo de los Mundiales, “a un 99,9%”, dijo el sábado, a Biles le queda el último capítulo de su destino de leyenda: Los Juegos de Tokio-2020 en diez meses .