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No necesita ver el rostro de sus alumnos para saludarlos por su nombre ni saber cuál es el buen estudiante, el cansón o el rockero para ganarse su confianza y respeto. Este maestro es feliz entre el bullicio de los salones y los gritos juveniles que guían sus pasos lentos, pero seguros, por pasillos y escaleras para llegar sin ayuda a dictar sus clases de español.
Hace dos años que Andrés Felipe Marín enseña en el colegio San José de Angelópolis, donde se convirtió en el primer profesor invidente. Desde el primer día mostró que su vida entera es un ejemplo de superación y cómo su vocación por la docencia y ayudar a los jóvenes con la educación lo motivaron a superar una discapacidad. También la discriminación al ser rechazado antes por varios colegios.
Tiene 33 años y es licenciado de la Universidad de Antioquia, donde ejerció de docente. Sonríe recordando que la gente se sorprende porque llegó por su cuenta a ese municipio y a la escuela, que hoy tiene memorizada y explica “yo veo la vida con otros sentidos, al principio las personas les cuesta creer que un ciego pueda ser profesor, pero peor que la discapacidad física es la mental. Y yo nunca quise provocar lástima y como profesor me siento realizado, feliz de aportar a transformar la sociedad”.
Su vocación no se queda en dictar clases. Como lo reconoce la rectora de la escuela, Elizabeth Narváez, quien destaca que “se ganó el respeto y admiración de toda la comunidad, como docente es ecuánime y aparte es muy propositivo sobre nuevos métodos educativos y pedagogía. Su llegada nos sirvió para mejorar lo académico y la convivencia”.
El profesor tiene más sueños. “Me gustan la literatura y la poesía... quisiera también ser escritor”.