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Las palabras de Freddy Marimón Blanco sorprenden como el talento que desborda con su cuerpo. “¿Por qué estar triste si hago cosas que otras personas no pueden?”, responde con una sonrisa este bolivarense de 12 años que, por donde transita, es admirado y reconocido.
El científico alemán Albert Einstein decía que hay dos maneras de enfrentar la vida: “una, como si nada fuese un milagro; la otra, como si todo fuese un milagro”, y esta última encaja en Marimón, quien pese a nacer sin miembros inferiores ni brazo izquierdo, debido a una enfermedad congénita, asombra con sus condiciones físicas.
En el barrio Villas de Aranjuez de Cartagena nadie se imaginó que el niño de piel trigueña, cara redonda, cabello crespo y torso robusto, le sacara tanto provecho a la patineta que se convirtió en su mejor aliada para movilizarse.
En ella y por su amor a los deportes extremos que, según él, le hacen falta como respirar, empezó a destacarse en campeonatos departamentales de skateboarding, inclusive con mejores resultados que algunos rivales convencionales.
El gusto por la velocidad y la adrenalina parecen no tener límites en él. En 2017, luego de año y medio maniobrando otra tabla, pero en el mar, Freddy se convirtió en el primer colombiano en ganar una medalla en un Mundial de surf adaptado. Fue bronce en California, Estados Unidos.
Del dolor, a la alegría
Y pensar que por un error, cuando estaba en el vientre de su mamá (Ilsy Blanco Alcázar), el mundo, por poco, se priva de conocer esta figura del deporte y fuente de inspiración para muchos.
“Yo había ido a hacerme un control de embarazo a un puesto de salud de Cartagena, y una enfermera, por equivocación, me puso la vacuna de la fiebre amarilla que, por esos días, se adelantaba en campaña. Luego sobrevino la amenaza de aborto”, cuenta Ilsy.
Pero eso no fue todo. A los cuatro meses de gestación, y tras un riguroso cuidado y seguimiento con ginecología, una ecografía reveló que Freddy venía con una malformación. “Sentí que el mundo se me vino encima, no paraba de llorar”.
Hasta el especialista le propuso interrumpir el embarazo y ella, en principio, aceptó, pues confiesa que le daba temor que la vacuna, además de las extremidades, hubiera afectado el rostro del bebé y algunos órganos internos.
Pero Ilsy, cargada de fe, gracias al refugio que halló en la oración y en la ayuda de sicólogos, acudió donde otro galeno un mes después.
“Por fortuna me tomaron una ecografía tridimensional, en la que pude ver que Freddy podría tener calidad de vida. De inmediato le pedí perdón a Dios así como al ser que estaba en mi barriguita. De ahí en adelante lo empecé a consentir”, recuerda. Y si antes lloraba de dolor, ahora lo hace de felicidad al ver las hazañas de su hijo.
“Me siento orgullosa de él desde mucho antes de lograr tantas cosas bonitas en el deporte. Es un privilegio que Dios me haya regalado un niño tan talentoso”, cuenta Ilsy, quien labora arreglando uñas para apoyar a sus hijos y permitirles que logren sus sueños. Ellos son Pamela, de 15 años, y Diego, de 9.
Pamela manifiesta que si bien le da consejos a Freddy, este es quien más la guía para que tenga cuidado con los jóvenes que la empiezan a pretender. “Me cuida demasiado”, sonríe. “A él le expreso que siga adelante, que no se rinda, que tiene mucha destreza para lograr grandes triunfos, eso sí, que no descuide el estudio”.
Con metas claras
Freddy, quien cursa séptimo grado en el colegio Clemente Manuel Zabala de Cartagena, donde le va bien en español y no tanto en inglés, es un apoyo incondicional para su mamá en el hogar. “Es el que me hace los mandados”.
Él, entre tanto, le agradece al ser Supremo por tantas bendiciones: “Sin Él, yo no hubiera podido contar mi historia. Además, me dio la virtud de andar en patineta, que es como mis pies. Hasta puedo jugar fútbol, así tenga que coger la pelota con mi mano derecha. Gracias al skate adquirí habilidad para defenderme en el agua, pues es lo mismo pero en el mar; cuando me caigo, amortiguo más el dolorcito”, relata soltando sonora carcajada.
Este joven ve en el deporte de las olas una oportunidad para dejar un legado. “Y lo puede lograr, porque pese a su discapacidad, la actitud positiva que mantiene le permite ser cada vez mejor”, dice su amigo Leonardo Herrera.
Su entrenador Jesús Capote, de la Liga de Surf de Bolívar, también lo elogia: “Es un niño especial, no por su condición, sino porque todo lo que se propone lo hace; su capacidad de aprendizaje es muy amplia”.
Tanto que Andrés Porras, presidente de la Federación Colombiana de esta disciplina, agrega que lo que debía aprender en cuatro meses, lo hizo en una hora: “Ese Jueves Santo de 2016, cuando cogió su primera ola, la supo controlar, hasta esquivó a un bañista para no aporrearlo con la tabla. Desde el inicio mostró su potencial”.
Marimón, a quien le encanta la ensalada de lechuga, el pollo frito, el arroz con coco y el jugo de maracuyá que le hace su abuela, dice que está en el mundo con un propósito: “En el surf quiero llegar lo más lejos que pueda, no solo para darle a mi mamá todo lo que se merece, sino porque deseo ser ejemplo de superación, que las personas sepan que los límites están en la mente”.
Este artículo se publicó en el aniversario 106 de EL COLOMBIANO, con Sara López como director invitado.