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El arte ayuda a reconocernos como seres humanos, a aceptar nuestro entorno y el de los demás, transformando nuestros sentimientos en algo especial. ¿Cómo derribar ese muro invisible que existe entre la realidad y la capacidad de imaginar algo diferente? Es aquí donde el arte toma un papel diferenciador entre lo irracional y lo racional, dándole pasó a la capacidad de reflexionar y leer de una manera diferente nuestras realidades. El arte moviliza el cuerpo y la mente y ayuda a crear nuevos imaginarios positivos, como por ejemplo, una Colombia diferente alejada de las esquirlas de tantos años de violencia.
Han sido muchos los factores que han influido en la realidad del país, incluso desde las épocas de la colonización en donde la repartición de riquezas comenzó marcando una gran diferencia entre unos y otros, generando odios y guerras que hasta los días de hoy se manifiestan en el ámbito social, político y económico. El arte, a diferencia de las religiones o la misma política, nos permite crear un puente de comunicación que está por encima de todas las diferencias, un canal de libertad de expresión y reconocimiento de nosotros mismos generando cuestionamientos y reflexión, algo que debemos hacer todos los colombianos si queremos pasar la hoja de la violencia.
No solo de números y política vive el hombre, el arte es el alimento del alma y el espíritu, es aquel que nos permite reconocernos unos a otros y entender nuestra realidad así como la de los demás. El arte nos da la capacidad de reflexionar y ver varias caras de la realidad reconociendo nuestra historia, y sobre todo, no olvidándola. En el arte nos encontramos de manera no violenta para entender la vida y obra de cada individuo como algo único e irremplazable que debería tener un valor incalculable.
Esta capacidad de conexión con el otro es fundamental para avanzar en este momento histórico que está a punto de vivir nuestro país, la firma del acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc. Sé que no será fácil, este es quizá uno de los más grandes retos individuales y colectivos que jamás hayamos podido experimentar. ¿Qué puede ser más fácil que emplear la fuerza para atacar al otro? Esto es sencillo, es instinto animal y está en nuestro ADN. Pero el ejercicio de usar esa misma fuerza para autocontrolarnos, ese sí es un gran reto. Aceptar que todos tenemos un mundo diferente y por consiguiente una educación, niñez y familias diferentes, debería ser un buen punto de partida para reflexionar sobre lo que se nos viene de cara a la reconciliación que este país necesita. No tenemos por qué temerle a la diferencia.
Cada ser humano es una obra de arte, un milagro. Reconocernos en los ojos del otro es un ejercicio básico para elevar la conciencia y entender que no todos hemos tenido las mismas garantías o suerte. Los invito, pues, a entender el arte como una manera de mirar la vida diferente. El exceso de realismo no nos deja imaginar más allá de nuestro presente inmediato y pasado doloroso. Los retos que tenemos como país para garantizar equidad, inclusión y desarrollo son muy grandes. Pero no solo se trata de cambiar en el plano real, también es clave transformar lo simbólico, dando paso a una verdad que todos queremos conocer para sentirnos libres.
Existen diversas iniciativas valiosas en el país donde el arte constituye una herramienta pedagógica para avanzar en la construcción de una cultura de Paz. Así lo hacemos en la Fundación Mi Sangre desde hace ya 10 años, a través del cual formamos a maestros, padres y líderes comunitarios para que ellos a su vez repliquen las metodologías para que los niños, niñas y jóvenes de Colombia se conviertan en constructores de paz. ¡Y Funciona! Pero ahora más que nunca el país y sus gobernantes necesitan crear más y nuevas estrategias innovadoras para que el arte toque la vida de todos los colombianos y nos ayude a imaginar una bella obra de arte con toda su gama de colores e imágenes, y que esa obra de arte sea nuestra casa, así como siempre la hemos imaginado, una Colombia en paz.
Este artículo se publicó en el aniversario 104 de EL COLOMBIANO, con Fonseca como director invitado.