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El Viejo San Juan a pie: de La Perla y el mofongo

Puerto Rico, por su música, por su salsa, me generó un encanto a primera oída, hace años. Caminarlo, beberlo, comerlo... ¡ya es amor!

  • Color, calor, sabor, fiesta. El Viejo San Juan es un regalo para los sentidos. FOTO sstock
    Color, calor, sabor, fiesta. El Viejo San Juan es un regalo para los sentidos. FOTO sstock
  • El Viejo San Juan a pie: de La Perla y el mofongo
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  • Las calles adoquinadas, los edificios multicolores. La Perla y su pista de skate donde grabó Blades. El cementerio donde reposan por ejemplo Tite Curet y Daniel Santos. La Taberna Lúpulo. Las murallas. Y el delicioso mofongo de camarones. FOTOS Juan Felipe Quintero A.
    Las calles adoquinadas, los edificios multicolores. La Perla y su pista de skate donde grabó Blades. El cementerio donde reposan por ejemplo Tite Curet y Daniel Santos. La Taberna Lúpulo. Las murallas. Y el delicioso mofongo de camarones. FOTOS Juan Felipe Quintero A.
11 de enero de 2015
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Esta gente canta. Así esté hablando, canta. Salvo el agente federal que esperó el vuelo procedente de Bogotá, Colombia, en la propia puerta del avión para trabajar a todo silencio con su pastor malinés experto en olfato, pierna por pierna, maleta por maleta; salvo él, todos los puertorriqueños tienen un tono que, fácil, da cualquier nota.

El conductor del bus: vozarrón. El guía turístico, que ojalá les toque el recorrido con el gran Leopoldo, un hombre enfermo por el fútbol y que no tiene límite de conocimiento de su Viejo San Juan: potencia. La mesera que te explica qué es un arroz con habichuelas, porque hay rojas y hay blancas: una barbaridad.

Así, en la primera hora que estás en Puerto Rico ya tienes el toque Caribe y de fiesta. Los imaginas, al conductor, a Leopoldo, a la mesera, cantando Esos Ojitos Negros.

Claro, ayuda mucho a ese toque de fiesta permanente que en cada esquina suene música (por la época, el rey era Gilberto Santa Rosa y su versión de villancicos en salsa, merengue y bomba). Y más ayudan los colores, verde, rosado, amarillo, terracota, de cada edificio del Viejo (y espectacular y enamorador) San Juan. Es la primera hora y ya hay fiesta para ojos y oídos.

¡A San Juan vuelvo! es la promesa que haces bajo unos fabulosos 29 grados centígrados, caminando por sus calles adoquinadas. Calles conformadas por un rompecabezas de piezas grises, azules y tierra construido en 1784 con mezclas de hierro.

La felicidad de ir a pie

El Viejo San Juan se vive mejor a pie. Caminar entre sus edificios multicolores, ir de calle en calle, incluyendo las muy seguras y tantas veces cantadas por Héctor Lavoe de la Luna y del Sol (“Mete la mano en el bolsillo / saca y abre tu cuchillo y ten cuidao / Pónganme oído en este barrio / muchos guapos lo han matao”). Y tomarse un palo de ron o un mojito (limón, menta, soda, azúcar y por supuesto ron) o una cerveza artesanal en la Taberna Lúpulo - más de 100 referencias de Estados Unidos y de Europa - de la calle San Sebastián, o en su defecto una piragua (raspado) de tamarindo en el puesto de Pedro, cerca del Castillo San Felipe del Morro, es un plan que amerita llevarse a la simple velocidad peatonal.

Y si el viaje es en la primera mitad de diciembre, hay que pegarse a la programación de la Campechada, un festival de teatro, letras, gastronomía, diseño, plástica y música en vivo que rinde homenaje a José Campeche Jordán, el primer conocido artista puertorriqueño. En cada plaza, la del Quinto Centenario, la de San José, habrá un plan.

Fiesta para el paladar

Si el Viejo San Juan es una fiesta para los oídos y para los ojos, hay qué ver cómo su gastronomía inspira el paladar.

Como El Gran Combo de Puerto Rico y sus colegas salseros han documentado bien en sus letras el menú criollo, solo con recordar canciones uno puede armar el plan de comidas diario en la isla: pasteles picantes, lechón asado, arroz con gandules o con habichuelas, alcapurrias (masa frita rellena de carne), bacalao o arroz con dulce.

En ese mismo viaje a pie que les recomiendo, picar aquí y allá hará feliz su paladar. Fiesta pura. No olvido la tardeada que me di con mojitos y con un plato generoso de morcilla, como la nuestra, pero con notas picantes, más patacones, conocidos allá como tostones. Como tampoco olvido el mofongo, una masa creada con plátano, aceite de oliva, ajo y pedacitos de chicharrón, también rellena de camarones.

Por supuesto, quedó en mis notas el arroz con habichuelas, de las que sabía que son verdes, pero allá hablan de blancas o rojas y que ya salidas de la cocina se revelan como lo que son: frijoles, más chiquitos, pero tan buenos como los nuestros. Ver el plato también revela que sí hay arroz, sí hay habichuelas y lo que podría parecer un plato simple coge tono con la carne. Churrasco elegí ese día.

Por último, otra nota, pero sobre lo que no debe hacer, es desayunar en el hotel. ¿Qué se imaginan que pueda salir de la mano del chef por una factura de 60.000 pesos? Pues allí ese monto equivale a tres pancaques con huevo revuelto y tocineta, más jugo de naranja.

Dos horas en La Perla

“La noche me sirve de sábana...” y “Casitas de colores con la ventana abierta...” les hemos escuchado cantar a Blades y a Calle 13. “... Fuiste a La Perla y pelao te han dejao” nos ha narrado Lavoe. Es La Perla, la protagonista de esos temas. El barrio, como tienen todas las ciudades, al que no se puede ir, pero hay que ir. E ir a pie.

Que te roban, que te disparan, que te asedian los vendedores y los compradores de drogas, son los argumentos para el “ni se te ocurra ir a La Perla”. Sin embargo, la experiencia es distinta, sin que uno se salve de miradas azarosas, porque las hay.

De nuevo, mucho color en cada esquina, música, las viejas murallas de defensa de la ciudad y las historias de cómo Blades y sus muchachos la pasaron bien entre caserones mezclados con callejones estrechos, playas llenas de escombros, la cancha de baloncesto y la pista de skate, divierten el rato.

Dicen que es mejor no ir; dicen que es mejor ir con un guía como Leopoldo. Yo digo que barrios como La Perla hay que verlos y caminarlos y más si la contraoferta es ir a recorrer un centro comercial, como me pasó. Ahora, para las compras, te recomendarán los Premium Outlets, de verdad con muy buenos precios para lo que pagamos en Colombia, además de Marshalls, en pleno Viejo San Juan, que tiene una buena oferta... si estuviéramos en 1980.

Se llegó el tercer día y la hora de partir. La magia, de música, color, sabor, percibida en la primera hora, se mantuvieron siempre. Y por eso se mantiene la promesa: a Puerto Rico, al Viejo San Juan, volveré..*Invitado por el Ministerio
de Turismo de Puerto Rico.

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