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Las manos de María Eugenia dan vida y alegría a una comunidad. FOTOS: Carlos Velásquez
María Eugenia pelea con la máquina de coser, con sus botones partidos, con su rebeldía eléctrica. Como puede, le saca puntadas a ese aparato maltratado en una vida anterior, larga y desconocida. Se la regaló una señora, cuando a juicio de otros ya era basura.
Con una mano presiona esa pieza que se quiere salir con la vibración y con la otra pasa la tela bajo la aguja. Las mismas manos que recogían los sánduches que quedaban del servicio en los aviones que llegaban al aeropuerto Olaya Herrera, cuando era una niña traviesa del barrio Antioquia, que se arrastraba bajo los alambrados de púas en la Medellín que vive en los recuerdos de hace medio siglo. Las manos que terminaron fundando el barrio Balcones de El Jardín, en una ladera de Manrique donde los vecinos levantaron 25 ranchos y se organizaron para que no les vendieran los mismos lotes dos y tres veces a los desesperados.
María Eugenia Zapata, con 62 años y una cascada de palabras de barrio y risas, es la mujer que solo sabe vivir para su gente, para esos colombianos que, como ella, hacen latir el corazón.
En la tarde la cuadra es de colores para la presentación del grupo de danzas Las Emprendedoras. 20 mujeres se saben los pasos y quieren bailar ante la gente, sentir la alegría de la música entre los aplausos, volver a los años jóvenes, cuando la vida no pesaba tanto; olvidar el dolor en la cadera y el oficio pendiente que saldrá con la primera luz del día. Pero solo hay 11 faldas, las que María Eugenia ha podido coser con los retazos que le han regalado otros que ven en sus manos el don de dar nueva vida.
“Esto es velo de cortina. Entonces yo lo pongo doble para que no se nos vean mucho las enaguas”. María Eugenia cose una falda, a lo mejor un par de alas que una mujer de su barrio abrirá mirando al cielo, porque el baile es un vuelo que libera del peso, en esas vidas largas que llevan a cuestas.