Querido y conversado Gustavo, he leído dos libros suyos: El pensamiento de Leonardo Da Vinciy El arte en el Renacimiento (publicados por la Editorial de la UPB).
Y el haberlos leído no fue una cuestión academicista, para obtener datos y confrontar otros, sino una buena cena, con buen vino y los mejores comensales (valga la metáfora). Porque sus libros son para conversar con ellos, reflexionar y preguntarnos si este paso a la modernidad (que desembocó en la tecnolotría y el mal gusto), que se da en el Renacimiento, fue un real paso o simplemente un salto de esos que hay que dar luego de un tropezón. Porque en la modernidad hemos perdido la delicadeza, los detalles, la curiosidad que no busca causas sino finales al menos cercanas, la lentitud e incluso la capacidad de envenenar a otro con estilo. La vida moderna poco tiene que ver con la renacentista, porque en la primera no se siente sino que se acelera (somos pedaleros), en tanto que en la segunda se vive sintiendo y en lentitud, o sea viendo y entendiendo.
Es claro que nos humanizamos si estamos frente a la belleza. Y si dejamos la animalidad para configurar estética, es decir, para ver el mejor orden y así entender que vale la pena estar vivo. Leyendo sus libros (amigo Gustavo), uno se escapa de estos días de ruido y falta de previsión y entra en un mundo (que si bien no fue el mejor), al menos está por encima del que nos toca, tanto en términos políticos como de creación de perspectiva. Porque la política no es gritar y ordenar (y menos delirar y crear vacíos) sino mirar las posibilidades y actuar acordes a límites claros, que impidan el desborde. Y crear una idea de grandeza para la que haya después una gran memoria. Y de modelos están llenos sus dos libros, entendiendo por modelo lo que es digno de imitar y vivir.
La inteligencia, esa construcción que hacemos con búsquedas y confrontaciones, con ingresos en la realidad y solución a problemas complejos, lleva necesariamente a entender que es imposible vivir bien por fuera de lo debidamente ordenado, que es lo bello. Pero no entendiendo la belleza como una forma, sino como un espacio en el que uno no se pierde porque allí todo está debidamente dispuesto para que el intelecto funcione y logre aquello de lo que no se tenía noticia. Porque no estamos vivos para ser clonados o embrutecidos sino para sentirnos más humanos (más alejados del animal). Por esto me ha gustado leer su par de investigaciones (y los cinismos inteligentes que ellas contienen). Es sano encontrar rastros de haber vivido bien, a ver si rescatamos algo.
Gustavo Arango Soto, doctor en filosofía y profesor del Centro de Humanidades de la UPB. En algún tiempo fue abogado, pero se lo robó el arte, la música y la ciudad. Y el buen gusto, que no es algo que se compra sino que se vive. Y que se construye buscando las épocas más hermosas del pasado. Pasa.
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