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A Bruk

19 de diciembre de 2008
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Querido y respetado Eliécer Bensión, usted hace parte de la tradición de los grandes rabinos y por ello sus palabras han sido acotadas en muchos libros religiosos y filosóficos. Y hasta ateos, ya que un buen ateo, como no tiene quién le perdone, necesita vivir en mejores condiciones morales que los demás. Cuando se confía en el perdón, los pecados se hacen mayores y hasta pierden el sentido. Pero esto no viene al caso que me ocupa, aunque bastaría mirar a los lados para que me ocupara. Hay que tener valor, o ser muy despistado, para ir por ahí sin oír o ver nada. Pero pasa, es cuestión de evitar sustos.

Sin embargo, el tema a tratar es otro y toca con la aceleración, velocidad que un cuerpo o un grupo confinado cobra en la medida en que es atraído por la ley de gravedad o es empujado por la inercia. O, como dicen los italianos, es un tutto e súbito.

Los índices de gestión moderna, que lo miden todo menos las condiciones emocionales de quien realiza el trabajo, han hecho de la aceleración un estilo. Todo debe hacerse ya y de inmediato (tutto e súbito), sin que medie el orden, la planeación inicial y los resultados anteriores obtenidos. Como en los policlínicos de urgencias, todo es corra, cosa y empaque. Y si bien los errores son muchos, ya habrá quién consuma segundas o alguno que pague el pato, como decían antes.

Los acelerados van y vienen, hablan solos, toman baños de la suerte y duermen en posición de loto, usan pastillas relajantes y siguen cursos de todo funciona. Pero vale de poco. El hombre nunca estuvo hecho para correr: caminaba despacio, reflexionaba, transformaba y acertaba. Así funcionaba bien.

Pero, en este siglo de cosas a las carreras, todo anda al revés. Ya nadie aplica aquella frase suya del tren: por más que se camine dentro del vagón, por más que se corra y maldiga, el tren no llega antes a la estación. Lo importante es estar en el tren y saber que avanza. Y tener en cuenta que las cosas no están bien o mal hechas hasta que no se terminan. Nada es antes de cobrar su forma definitiva.

Pero en el mundo de la aceleración, que siempre acaba en choque o en caída, se pierde la noción del tren, querido Eliécer Bensión Bruk, y se reemplaza por el de la velocidad sin dirección. Si al menos aprendiéramos de los ratones, que corren corto, miran, ven la situación y arrancan de nuevo. Si frenáramos, nos bajáramos y preguntáramos dónde estamos, sería más sano.

Rabino Eliécer Bensión Bruk, del grupo de los Hasìdim (piadosos). Vivió en algún año entre el siglo XVIII y XIX, en Alemania. Como predicaba la lentitud, es posible que se haya movido al mínimo y todavía esté vivo. Hay técnicas mejores que estirarse las arrugas y llenarse de siliconas.

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