Además de que hoy los padres somos más conscientes de la forma como nuestra ausencia afecta a los hijos, el hecho de que durante siglos nuestros deberes para con el hogar fueran los primordiales, hace que la mayoría de las madres que trabajamos fuera de casa (así sea por necesidad económica) nos sintamos agobiadas por la culpabilidad. Algo similar les ocurre a los hombres, quienes se están reinventando la paternidad en términos distintos a los que vivieron como hijos, pero sin un modelo a seguir, por lo que también se sientan culpables por su desempeño como tales.
La rapidez con que se han transformado nuestros roles sociales en los últimos años ha dado lugar a que no sólo nuestras funciones sino también nuestras oportunidades como mujeres y como hombres hayan crecido en una forma tan radical como veloz. Como resultado, hoy los dictados de nuestro corazón, los llamados de nuestra conciencia, las necesidades de nuestra familia, las demandas de nuestra pareja y los deberes laborales son muchos, muy diversos y nos exigen demasiado. Y como si fuera poco, ahora tenemos la posibilidad de elegir quiénes somos, en qué términos establecer nuestra relación de pareja, cómo realizarnos, y hasta cuándo y cómo ser padres, pero aún no sabemos a ciencia cierta qué precio tendremos que pagar por todas las posibilidades a nuestro alcance.
Por todo esto es difícil para ambos conciliar nuestras múltiples ocupaciones y ambiciones sin vivir atormentados por la culpabilidad de no dedicarle suficiente tiempo a la familia.
Quizás lo que nos puede ayudar en un momento de tanta confusión es tener muy presente que la empresa más importante que encabezamos desde el momento en que somos padres es nuestra familia, que el cargo de mayor responsabilidad es ser cabezas del hogar, y que la función más trascendente que debemos desempeñar es la crianza de esas criaturas cuya vida gestamos.
*Autora y Educadora Familiar
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