Ventrudo y reconocido Mehmet, según el libro de Gilbert Sinoue, usted fue el último faraón, aunque su origen no era egipcio sino albanés y sus soldados, los mamelucos, poco tenían que ver con los descendientes de Cleopatra y Cesarión, este último que tuvo dos posibles padres, Julio César o Marco Antonio.
Pero el chisme no viene al caso sino usted, que fue pachá, sultán y hasta patriarca (y por ello gobernante hasta la senilidad), dando inicio con su gobierno al Egipto moderno, en el que se reformó la educación, se mejoró la agricultura y se industrializaron las ciudades. Y si bien se entendió bien o mal con Napoleón (dotando a la Ilustración de matices orientales), mezclando mitologías campesinas con las primeras enciclopedias en árabe, finalmente dio como origen a la dinastía que produjo al rey Faruk, ese hombre que creyó que Egipto no existía y lo único posible era su gran estómago, propicio para la gula, el fornicio y la corrupción.
Así que, enturbantado Mehmet, lo que sucede en sus tierras (que no fueron suyas sino de invasión, pues Egipto desaparece con la expansión del islam), tiene una explicación: lo bien hecho por usted (el proceso de modernización), al no ser entendido o ser usado solo en beneficio de algunos, se ha convertido en corrupción y atraso. Y en estos casos, de desespero popular. Egipto, país de mastabas, pirámides e hipogeos (para disfrute de los necrófilos), de adoradores de la cobra y gente alucinada por el calor que toma el té a la manera inglesa (como bien lo cuenta Naguib Mahfuz en sus novelas), se revoluciona ahora como en los tiempos de Nasser, no se sabe si debido a que los hermanos musulmanes se alebrestaron o a que Anubis, el dios chacal, mordió algo indebido.
De su semilla, que creció bien y dio frutos buenos, nació también la codicia y, como consecuencia, amigo Mehmet Alí, los desórdenes más diversos, los callejones de los milagros, los barrios en los que Alá (la Presencia) castiga a sus hijos, las piedras de Rosetta bancarias, los lodos milagrosos y también peligrosos del Nilo, las nuevas cleopatras de nariz no de oro sino oledoras de este metal, los jubilados ingleses esquizofrénicos que hablan con las divinidades y los viejos nazis amparados en el desierto, los asesinos (de achasin, que usan hachís) que matan a los Anwar el Sadat por querer vivir la paz y los Mubaraks, que como faraones ilegales se cuecen al sol hasta que se arrugan y se secan. O estallan. Si hubieran aprendido de usted, pero no lo hicieron.
Mehmet Alí (Albania 1769-Egipto 1849), comerciante de tabaco y hombre ignorante que llegó a ser valí de los egipcios cuando estos pertenecían al imperio otomano. Pero se ilustró, pensó con sentido común y convirtió a Egipto en una nación moderna, no dependiente de las grandes potencias. Murió en paz, cosa que no es fácil.
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