No sabe uno para qué sostener en vida a los que ya no viven. Una de las carencias de nuestra sociedad es que no se educa para la muerte. Por eso el drama al final a sabiendas de que es ineludible. Hay sociedades que aceptan mejor este hecho tan natural como la vida misma.
¿Hasta cuándo debe vivir alguien? Hasta que el cuerpo le aguante, se respondería sin mayor esfuerzo. Hasta que ‘le toque’, dirán otros. Y aunque cada vez más personas no quieren que a un familiar le prolonguen los días innecesariamente si ya no tiene posibilidades de llevar una vida digna, no todos lo aceptan.
Los casos simultáneos de Nelson Mandela y Pacheco ponen a pensar. No sé cuál ha sido últimamente su estado mental ni sus limitaciones físicas, pero si alguien ya pasa de los 90 no es ilógico pensar que en cualquier momento puede morir. Pasados los 80, también. ¿Es para armar un drama y organizar cadenas de oración y no sé qué más?
Así, se escuchan voces que, sin saber cómo es su condición, ‘piden que no se vaya’. Quizás Mandela y Pacheco hayan estado bien mentalmente, pero esa obstinación general por alargar la vida a cualquier precio a veces es enfermiza. ¿No sería mejor desprenderse sin egoísmo de ese ser que, por amado que sea, tiene su propio límite y no el que queramos ponerle?
Muchos crecimos con una generación que poco hablaba de la muerte y que hasta la esquivaba. Ha sido costumbre y tal vez no haya cambiado mucho. De ahí tanto drama, que incluso riñe a la luz de diversas creencias religiosas que se profesan.
No es fácil desprenderse pese a que se reconozca que el fin del ciclo se acerca, pero incide la falta de educación frente al tema. Hay educación para distintas etapas de la vida, pero no para aceptar ni afrontar el final. Un final que ni la ciencia puede determinar y que aún hoy tiene dificultad para distinguir qué separa la vida de la muerte.
Para unos es el adiós definitivo. Otros la ven como una transición luego de la cual vendrá el reencuentro. Se le teme. Y a uno nadie le pregunta si le da temor la vida, sino si la muerte le genera miedo.
Que se viva mientras se viva bien, se tenga conciencia y en caso de limitaciones en algunos movimientos y funciones haya quién brinde asistencia. Porque también hay muertos vivos en una cama sin ninguna calidad de vida.
Maullido: el país avanza en inversión extranjera, pero casi toda dedicada a extraer recursos naturales. Lástima.
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