Hoy hace 20 años el país despertó abruptamente con una noticia infausta, en una época de por sí terrible y cruel: Andrés Escobar Saldarriaga, el Caballero del Fútbol, había sido asesinado en la madrugada, por un pistolero al servicio de los hermanos Pedro David y Juan Santiago Gallón Henao.
El impacto emocional en los colombianos fue brutal. La conmoción tocó a todo el fútbol mundial. Al minuto de silencio en recuerdo de Andrés que se rindió durante el Mundial de la Fifa, que aún se desarrollaba en Estados Unidos, siguió la más descarnada acusación planetaria sobre nuestro país, concretamente sobre nuestra ciudad, como tierra de gente bárbara sin sentido de humanidad.
Andrés Escobar no era un jugador más. Muy tempranamente, con su gol de cabeza en el estadio Wembley de Londres, con esa propiedad con que reemplazó a defensas centrales históricos de Colombia, con aquella tranquilidad y sencillez con que se relacionaba con todos, estaba metido en el corazón del país.
Su integridad representaba esa generación de jugadores que quiso formar Francisco Maturana capaces de abrirse al mundo, a los grandes clubes de Europa. Andrés había logrado situarse en el rango de esos ídolos transformadores, de las presencias gratas que iluminan la esencia del deporte con su respeto por los rivales, por el juego, por todo lo que hacía.
Una vida tan valiosa, fulminada así con esa violencia irracional, de disparos atrabiliarios, les abrió a millones de colombianos y de hinchas en el mundo un tremendo hueco, un dolor penetrante.
Aquella noche aterradora trajo un amanecer de intensa congoja que cientos de miles de personas expresaron junto a su féretro, cuando pasaron a despedir al ídolo, a quien había trasmitido una idea tan refrescante, elegante y optimista del fútbol y de la vida misma. Y que murió, como lo dice a El Colombiano su hermano Santiago, por pedir respeto. Por pedir respeto de manera firme a quienes creen que sus turbios negocios y su dinero sucio les da licencia para todo, hasta para acabar una vida.
Por este horrible crimen fue condenado solo el autor material, Humberto Muñoz Castro, quien, acreedor de todos los beneficios penales consagrados en nuestros laxos códigos, estuvo poco más de 11 años en la cárcel. En entrevista a El Espectador, el fiscal Jesús Albeiro Yepes dijo hace 15 días que el homicida "nunca mostró arrepentimiento alguno".
Por eso mismo, a Andrés Escobar, en este recuerdo de su figura, en la memoria de sus actuaciones, en su legado a los niños y los jóvenes, y visto en la perspectiva enorme de su existencia breve pero fructífera, también tenemos que evocarlo con el interés de impedir que nuestra sociedad repita esas tragedias. Que volquemos nuestro futuro a honrar la presencia irrepetible y sagrada que representa cada uno de los ciudadanos de bien que pueblan esta Nación.
Ese jugador con la camiseta número 2 del Atlético Nacional y de la Selección Colombia, que causaba tanta admiración a los amantes del buen fútbol, ese defensa central al que era posible imaginar de frac recorriendo el pasto con el balón pegado a su zurda, es la viva imagen de los jugadores que queremos seguir viendo, impecables y señores, como lo son los muchachos que hoy defienden la camiseta de Colombia en el Mundial de Brasil. Ellos, Andrés y los dirigidos por Pékerman, son el mejor homenaje que, ayer y hoy, podemos hacerle al fútbol y a un país que anhela cerrar definitivamente los capítulos horrendos de su violencia.
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