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Asfalto y andén, el sabor del 31 en el Centro

02 de enero de 2010
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Con sus cobijas colgadas, arrastrando un olor a orines, el muchacho camina por la acera de la iglesia del Sagrado Corazón, en Barrio Triste, sin pensar que hoy es Víspera de Año Nuevo.

Es Jáder. Los otros lavaron su ropa y la cuidaron mientras se secaba al Sol, tendida en la acera del templo. Él se acerca despacio, sin hablar, al corrillo que los demás formaron recostados en un automóvil destartalado que lleva días ahí, en el borde de la calle. Ve a otro de sus compañeros dormido en el suelo, debajo de la carrocería de un camión; a un gato negro de poco más de un mes de nacido, escuálido y despeinado, ronroneando alrededor del durmiente, y a un perro también negro dar cuenta de un pedazo de papa cocida, debajo del automóvil.

Desde que abandonó su casa, hace tres años, para Jáder cada día es igual a los otros. No hay Noche Buena ni Víspera de Año Nuevo; no hay ni siquiera día de cumpleaños. Al principio fue duro aceptarlo. En esas fechas, él se acuclillaba solo en la acera, se recostaba a la pared y pensaba en los viejos tiempos. Y al recordar los maltratos de su padre, se consolaba pensando que era mejor así: solo, en la calle, sin amigos, sin nadie que le diera una palmadita en el hombro, pero también sin quien estuviera golpeándolo, insultándolo o diciéndole eso no se hace, no llegue tarde...

Después de la primera vez, todo fue igual. Ni mejor ni peor. Aprendió a rebuscársela con los millares de personas que acuden al centro hasta el 24 de diciembre a hacer compras, les pide dinero, comida, lo que sea, y a quedarse tranquilo los últimos siete días del año y los primeros siete del siguiente, cuando las calles se quedan solitarias. Entonces se acuesta a dormir más temprano. Si en el año hasta muy tarde y desde muy temprano rugen y suenan encima las cornetas de los autos y los bares vomitan borrachos en medio de un estruendo de canciones y gritos, ahora el silencio es ensordecedor. Sólo es perturbado, si así puede decirse, por ruidos de pólvora que llegan de los barrios.

A rumbear en grande
En cambio sus compañeros de la calle sí celebran las fiestas de fin de año. Nada menos el César lleva como veinte minutos contándoles a los otros que él sí, parce, él sí se va para el barrio a rumbear en grande. A darle el feliz año a la cucha que está enferma y a su hermanita, que son lo mejor que él tiene, y después se va de vueltón con su pollita a caminar por esas calles que el resto del año no puede pisar, porque El Pesebre, parce, es de lo más caliente que tiene Medallo. "Yo hice una promesa y por allá no vuelvo -habla mientras cuenta muchas monedas y pocos billetes que saca de un bolsillo-. Solamente puedo estar los días de fiesta y después vuelvo a mi calle".

Y Dídier, que también irá a saludar al cucho, que es el único que se preocupa por él.

Y el Caleño, que no tiene familia por aquí, cuenta que 24 y 30 los pasó en el Centro de Acogida, ese sitio de la Secretaría de Bienestar Social situado en La Paz, entre Carabobo y Cundinamarca. "El 24 hicimos buñuelos, fritamos chicharrones y nos dieron regalos -cuenta el Caleño-. Anoche, primero hicimos una cartelera con los propósitos para el 2010. Yo escribí: "1) terminar el vachillerato (sic), 2) iniciar una carrera en el 'Sena' y 4) alejarse de las drogas. Después bailamos reggaetón. Es que el Centro es de nosotros.

Pero Jáder no va a las fiestas. No quiere saber nada "del Gobierno". Los de la Unidad de Niñez de la Secretaría de Bienestar, liderados por Mario Javier Naranjo Otálvaro, dicen que esta actitud, la de Jáder, no es tanto por experiencias negativas con las instituciones (la escuela, el hospital...), sino por el estado de degradación personal de cada uno.

El grupo se deshace. Todos se marchan y él se queda haciendo de hipotenusa contra el muro del templo. Ve a otros, más que todo adultos, formar corrillos, fumar o inhalar pegante hasta que los vence el sueño. Él también inhala pegante. Dice que "a veces vienen cuchas y cuchos, parce, que nos dan comida y regalos. Hay gente que se maneja bien en diciembre. -Y agrega:- ¿pero sabe cuál es la clave, niño? No esperar que aparezca nadie a darle a uno nada. Es mejor". Para él ésta, la del 31, es la noche más larga del año. No entiende porqué. Será porque comienza cuando la luz del Sol, aunque tenue, todavía alumbra y siluetea a sus ñeros, los hace parecer fantasmas mientras, como él, se van asentando en sus acostumbrados rincones. Será porque la noche empieza hoy, este año, y terminará mañana, el año entrante. Lejos del amanecer, alucinando, siente como si el Sol hubiera decidido no alzarse nunca más de nuevo por encima del horizonte. "O levantarse tarde, parce, como uno".

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