Me encuentro entre los cientos de críticos y enemigos de la violencia de las barras en el fútbol. Hago parte de aquellos que somos la antítesis de quienes van al estadio a lanzar pilas, monedas, tarros de agua e incluso botellas de vidrio.
Soy uno más de los que no entiende por qué hay gente que se gasta dos y tres horas de sus energías en destruir lo que encuentra a su paso y en atacar a cualquier hincha rival sin más justificación que esa: que sea seguidor de otro equipo. Esas hordas ya no caben en el espectáculo del fútbol moderno. Y he sido partidario de que haya mano dura contra aquellos vándalos.
Lo advertí hace poco, pensando con el corazón, para que no hubiese desadaptados que empañaran la final del fútbol colombiano entre La Equidad y Nacional. Hablé de la posibilidad de dar un salto cualitativo, de dar un paso ejemplar entre los hinchas de Nacional, algunos de los cuales se han convertido en un azote para la ciudad y para los demás amantes del fútbol en Antioquia y en el país.
Por eso me siento en la obligación de hablar de lo bueno y de reconocer el comportamiento casi impecable de los aficionados que estuvieron el sábado pasado en el partido que dejó Campeón (¡por undécima vez!) al Atlético Nacional.
Fueron admirables la organización y el control por parte de la Policía Metropolitana, en cabeza del general Yesid Vásquez, y de la Alcaldía de Medellín y de las directivas del mismo Atlético Nacional.
Los hinchas ingresamos sin problemas. Hubo buena orientación de las autoridades. La nueva silletería del estadio sirvió para acomodarnos sin inconvenientes. Se redujo casi a cero la entrada de pólvora y de objetos contundentes. Los cordones del perímetro de la cancha funcionaron bien, aunque se colaron algunos "patos" y amigos de lo ajeno que les robaron lentes a los fotoperiodistas. Pero, esos, fueron males menores.
Lo que debemos celebrar es el comportamiento de las barras, su conducta antes, durante y después del partido en el estadio y sus alrededores.
Muchachos del Sur y de las demás barras, gracias por permitirnos volver a fútbol sin angustias, sin ese mal sabor que trae salir del estadio a ver batallas campales, heridos, gente huyendo, ventanales destrozados y tiros al aire para disuadir a los salvajes.
Quienes disfrutamos del fútbol, como deporte y como vehículo de encuentro e integración ciudadana, con lo que ello significa culturalmente, nos regocijamos con aquella tarde-noche que nos trajo tanta alegría. Familias, amigos y barras celebrando los goles de Nacional. Recibiendo sin virulencias el gol agónico de La Equidad y luego, en una emoción sin violencias, las tapadas de Gastón Pezzuti y el título verde. Ojalá este sea el comienzo de una nueva manera de vivir el fútbol en Medellín.
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