Salí a correr el domingo de mañana como hago cada vez que puedo. Y casi al final del camino, ahí cerca al Parque El Poblado y el Cai de Policía, giré a la izquierda. No pude resistirme y entré a la "buñuelería". Aún no eran las siete de la mañana y el sitio estaba repleto. Ahí estaban desayunando un repartidor de periódicos, un médico que iba a solucionar un problema a la finca y una señora que acababa de dejar a su hijo en un colegio cercano para que presentara las pruebas del Icfes.
Una ráfaga de olor a marihuana se fue apoderando del lugar. Al salir a la calle el humo alucinante fue entendible: un grupo de jóvenes tenían varios "puchos" en la mano. Muy cerca de ellos había un par de borrachos que peleaban y quebraban botellas y un par de mujeres que bailaban bachata. Horas más tarde y mientras visitaba a unos amigos, el olor inconfundible de la hierba entró por el apartamento hasta permearlo todo. Dos jovencitas en el piso de abajo apuntaban con el cigarro hacia el cielo. Días atrás, un obrero de la construcción pasó por mi lado fumando y dejando en el aire el hálito de la hierba.
No he probado la marihuana porque no me gusta fumar nada. No es un tema de mojigatería. Sin embargo, he respetado a quienes les gusta. Tengo amigos que han fumado y una que otra vez estuve en sus casas cuando ha ocurrido. Otros me han contado sus historias sin que eso altere la amistad.
Siempre que un líder, intelectual o político toca el tema en el país, las opiniones se dividen entre aquellos que se oponen a la legalización y ciertas libertades y quienes proponen que sustancias como esa se consuman con límites y penalidades en ciertos casos.
Como suele ocurrir con algunos temas polémicos del país, el asunto no se resuelve. Y estas declaraciones del presidente Santos indican que todo seguirá en el aire: "siempre y cuando la despenalización del consumo de sustancias psicoactivas sea acordada con la comunidad internacional y esté basada en criterios científicos para reducir el daño a la sociedad, estoy de acuerdo". Palabras diplomáticas que no dicen nada.
De acuerdo con el Estudio Nacional de Consumo de Sustancias Psicoactivas 2013 y publicado el pasado julio, Medellín es la ciudad de Colombia donde más se consumen drogas. Se calcula que aproximadamente 220.000 personas, que equivalen al 8 por ciento del Área Metropolitana, las consumen de forma permanente.
Lo que realmente preocupa es la falta de educación en el tema. Si mucha gente la fuma ya en varios lugares públicos de Medellín, ¿por qué no hay una política local y no asumimos eso de una vez? ¿Tenemos derechos quienes no queremos aspirar el olor de alucinógenos en ciertos sitios, así como ocurre con el cigarrillo? ¿Alguien está promoviendo campañas llamativas y sin dogmatismos para informar a niños y jóvenes sobre el contenido de esas sustancias? ¿Hay instituciones que apoyan a los padres de familia de todos los estratos en esa tarea? Y mientras algo nuevo pasa, si es que pasa, el olor de la yerba pasea por las calles, entra por las ventanas o puertas justo a la hora de los buñuelos, del desayuno.
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