Recordando a Maquiavelo, me es difícil no comparar su obra El Príncipe, con la política colombiana. Soy testigo de la agónica descomposición ética de quienes desesperados buscan no gobernar un pueblo, sino hacer de la política algo parecido a una secta a lo Piraquive o convertir el país en una finca de recreo. "Maquiavélicos", esa es la palabra que define a los próceres de nuestra patria, que hacen de la ética un "remedo chapucero" para perpetuarse en el trono.
"Quien gobierna no se ha de orientar por una organización ideal del Estado, ni por visiones optimistas del hombre, ni por criterios morales cristianos o civiles"; todos esos, para Maquiavelo, son referentes "imaginarios" poco útiles para las decisiones políticas, mejor dicho, más a la colombiana no podría ser. En el país de Maquiavelo, todo se puede, todo se vale. El adulterio político que viven unos es aberrante. Hoy somos de un partido, mañana de otro y si me conviene creamos otro, y así van dividiendo, fragmentando a todo un país, pero esta ética maquiavélica induce a actuar y siempre justificar lo hecho; si se hace algo reprobable, negarlo siempre; y, como gran norma, "divide y reinarás".
Maquiavelo jamás pensó que un simple cuento como lo es El Príncipe, se convertiría en la constitución de un país cuya política olvidó que "El derecho de los hombres es siempre sagrado, así exija grandes sacrificios del poder dominante".
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