Sólo 5 millones 800 mil pesos, que hoy no alcanzan ni para montar una tiendita, hace 59 años sirvieron para gestar uno de los más reconocidos hospitales del país: el Pablo Tobón Uribe.
Aunque en esa época la cifra era casi una fortuna, tampoco dio para construir el centro médico que se soñaba don Pablo Tobón Uribe, el industrial antioqueño que donó el dinero.
“Él lo dejó por testamento en acciones de Cervunión y Coltabaco, dijo que cuando muriera, la mayoría de su fortuna se destinara a construir un hospital que prestara servicio a la comunidad”, recuerda el director del hospital, Andrés Aguirre Martínez, quien lo ha enrutado hacia la tecnología, la ciencia y la calidad, pero sin perder el principio que fijaron su promotor y los que le dieron vida: el servicio, el alma.
16 años después
Pero darle vida al Pablo Tobón no fue fácil. Aunque era buena plata, el sueño y la necesidad eran tan grandes, que hubo que sumar muchas fuerzas para que el hospital pudiera construirse.
Por la misma fecha de la donación, 1954, la Andi había iniciado la construcción de un hospital. Al gremio lo movía la visión de que Medellín era una ciudad industrial y en crecimiento.
Entonces, donó los terrenos y lo que llevaba de construcción al proyecto HPTU. Así, el Pablo Tobón tomó alas y aceleró vuelo con un préstamo del Gobierno Nacional. Y, el 26 de octubre de 1970, finalmente abrió las puertas para atender a los dos primeros pacientes.
“Nació como un hospital de baja complejidad, orientado a circunstancias no muy críticas de salud, servicios de otorrino, oftalmología y cosas así”, apunta el director Aguirre Martínez.
Nadie recibe menos
El arzobispo de Medellín, un representante del Alcalde, otro del Gobernador y uno de la Sociedad de Mejoras Públicas conformaron parte del grupo que constituyó la institución. De ellos y de la orientación de servicio que quiso darle su donante, surgió el principio que ha guiado a la entidad desde que nació: la solidaridad, el servicio, que durante un tiempo se tradujo en el lema “donde algunos dan más pero ninguno recibe menos” y que ahora se reduce a una consigna corta pero de hondo sentido: “un hospital con alma”.
“La esencia es el servicio a la comunidad y se ha mantenido por 42 años. Acá las personas son tratadas igual sin importar las circunstancias”, reitera el médico Andrés Aguirre Martínez, quien lleva casi 30 años en el hospital, los últimos 13 como director.
Elisa María Restrepo, jefe de Apoyo al Usuario y Gestión Humana y quien lleva 28 años allí, añade que en algunos aspectos hay quienes tienen más confort, pero en lo esencial el trato hacia todos los pacientes es igual: “puede que haya habitaciones con más comodidad, pero a todos los pacientes los atienden los mismos médicos y toda la tecnología está al servicio de todos sin distingo”, anota Elisa.
Ella recuerda que del hospital ha cambiado la complejidad: se pasó de operar cataratas y amígdalas a hacer transplantes y a tener una de las mejores unidades de oncología.
También, que en la capilla del primer piso funcionaban las urgencias y que de 30 camas se pasó a las 376 de hoy.