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Cosas que molestan

  • Diego Aristizábal | Diego Aristizábal
    Diego Aristizábal | Diego Aristizábal
19 de enero de 2011
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Me niego a aceptar que se haya perdido la costumbre de cumplir con la palabra, que algunas empresas que prestan servicios de mensajería, por ejemplo, jueguen con el tiempo de sus clientes. Si dicen que un envío llega al día siguiente antes del mediodía, eso es una promesa de venta y bajo cualquier circunstancia debe cumplirse. De no hacerse toda su logística, que es su razón de ser, está fallando y debe cerrar hasta que estén dispuestos a cumplir. Una empresa de mensajería que incumpla su palabra puede arruinar un negocio, juega con las expectativas de las personas.

Es curioso que las empresas entre más se certifican en "calidad" se vuelven más ineficientes por tanta burocracia. Lo más molesto es que ante un incumplimiento surjan infinidad de justificaciones, casi nunca son capaces de admitir claramente que se equivocaron. Lo que más risa da es que la forma de redimirse de algunos "centros de soluciones" es a través de un envío gratis de las mismas características. Es como si después de sobrevivir a un accidente en una montaña rusa, la forma de compensar los daños causados sea regalándole un tiquete gratis para que el afectado repita la experiencia sin percances. Cuando se incumple una palabra, una promesa, lo menos que uno quiere es repetir.

Me niego a entender que muchas empresas colombianas sean injustas con los trabajadores, no sean capaces de brindarles estabilidad. Ese asunto de los contratos por seis meses o por un año, en el "mejor de los casos", es un agravio contra el trabajador. No es justo que existan personas que lleven cinco o más años bajo esta modalidad, cada vez más común, y apenas se les vence el período son liquidadas, las mandan a unas "vacaciones" obligadas y luego las vuelvan a contratar. Así no hay cesantías que sirvan para comprar una casa o para pensar en la universidad de los hijos, porque la liquidación se va tratando de sobrevivir en ese período. Lo más ridículo de todo esto es que los injustos jefes sueñan y exigen que sus empleados tengan sentido de pertenencia por la empresa que los deja a la deriva. Y el Estado tan campante e impotente.

No entiendo por qué los vigilantes privados de algunas empresas se están acostumbrando a comportarse como secretarias, recepcionistas, enfermeras, etc. Uno va a urgencias y quien controla el acceso y mide la gravedad de lo que se padece en un primer momento es un vigilante. Uno va a una oficina y antes de hablar con la secretaria de X, el vigilante ya está diciendo: "pero la doctora X está muy ocupada". Mejor dicho, que se limiten a prestar "seguridad", que no digan ni más ni menos, que no indispongan a la gente antes de tiempo.

¿Hasta cuándo tendremos que seguir viendo buses, camiones y hasta lujosas camionetas expulsar como si nada ese humo negro que intoxica a los ciudadanos? Lo más extraño es que pasan delante de las autoridades que deberían sancionarlos pero no lo hacen porque como dicen: "No ve que cuando uno los para ellos tienen el certificado de gases en regla". ¿Por qué nuestras autoridades son tan ingenuas?, ¿dónde quedó el sentido común?, ¿cómo se debe actuar cuando se tiene en las narices la evidencia?

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